Aparato Crítico. Otras Ediciones

Aparato Crítico. Otras Ediciones

Hemos cotejado enteramente esas ediciones básicas y, con las excepciones no significativas que luego señalaremos, hemos recogido todas las divergencias que ofrecen entre sí. Pero por otra parte, y según advertíamos arriba (p. CCLXXV), para los lugares más problemáticos o suspectos hemos consultado también la inmensa mayoría de las ediciones del siglo xvii, las más meritorias del siguiente (LO, RAE, BW, PE, con la coletilla de RAE2) y las posteriores cuya importancia nos constaba, de CL y HZ1 a RQ y MU, pasando por FK, CT o RM.

La consulta de tales ediciones se ha hecho siempre que nuestra lección crítica no coincide con ninguna de las que traen las impresiones antiguas que contamos entre las básicas, con el designio de averiguar en qué edición, si la hubo, se introdujo por primera vez. Para lograr ese objetivo, hemos realizado multitud de compulsas de que no queda huella expresa en el aparato crítico; y cuando no lo hemos alcanzado, como habrá ocurrido en más casos de los que quisiéramos, debe achacarse a falta de diligencia o desorientación causadas por la índole no sistemática que la dispersión de los materiales impone demasiado frecuentemente a una indagación de ese tipo. Sin embargo, confiamos en haber aligerado la tarea de futuros editores y esperamos que los estudiosos subsanen nuestros errores y amplíen nuestras aportaciones.

De los límites de las siete ediciones antiguas que usamos como básicas hemos salido también con frecuencia por otras razones, sobre todo, como apuntábamos, para esbozar el historial de los lugares más discutidos o discutibles, y para allegar un cierto número de datos que ejemplificaran la genealogía de las ediciones del Quijote (y, al sesgo, la formación de una vulgata en decisiva deuda con la RAE y con PE). La simple mención de ediciones distintas de las que hemos colacionado por entero indica un pasaje relevante en cualquiera de esas dos direcciones o debe entenderse como una manera de llamar la atención sobre los problemas que plantea el texto y sobre la diversidad y la calidad de las voces que se han dejado oír al propósito. En cualquier caso, todas nuestras calas en las ediciones del Seiscientos y el Setecientos han ido encauzadas por el sondeo previo de la tradición textual de la obra (puede verse el resumen incluido en nuestra «Historia del texto», último capítulo del Prólogo), buscando remontarnos al origen de la lectura en cuestión (cuando menos, el origen en el tiempo, sin descartar fenómenos de poligénesis), y, aquí, no perdernos en las ramas de ediciones antiguas descriptae (Bruselas, 1611 frente a BR, Milán, 1610 frente a VA, etc.), como tampoco, por supuesto, de las modernas sin peso crítico (ni que decirse tiene, pues, que no recogemos las enmiendas más diáfanamente gratuitas de HZ y, a su zaga o no, de otras impresiones decimonónicas).

Para la Primera parte, las más de las correcciones que es preciso hacer en el texto de A proceden de las otras tres ediciones básicas del siglo xvii. A falta de un corpus igualmente autorizado, la Segunda parte nos ha obligado a un escrutinio más completo de la tradición antigua, en la esperanza de hallar conjeturas aceptables para enmendar los deslices de 1615. De ahí que el aparato crítico de la Segunda parte haga un lugar bastante mayor a ediciones distintas de las básicas y, a costa de un cierto desequilibrio, más aparente que real, extienda notablemente nuestro conocimiento de la transmisión de la obra.