La Composición del Quijote

La composición del Quijote 1

Por Ellen M. Anderson y Gonzalo Pontón Gijón

1. Toda especulación sobre la fecha en que Cervantes tomó la pluma para iniciar lo que, andando el tiempo, sería El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha ha reparado en unas célebres palabras del Prólogo al lector. A juicio de gran parte de los estudiosos, Cervantes, en esas líneas, quiso señalar a la posteridad las circunstancias en que se originó su novela: «¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?» (I, Pról., 9). La frase no aclara de suyo si tiene un sentido literal o metafórico, pero el cervantismo ha optado mayoritariamente por creer que la expresión debe tomarse al pie de la letra: el Quijote se ideó, e incluso empezó a escribirse, mientras Cervantes permanecía recluido en una prisión. La presunción de que cárcel pueda tener un sentido figurado (‘el mundo’, ‘el alma del escritor’), como creyeron Nicolás Díaz de Benjumea, Américo Castro y Salvador de Madariaga, ha ido diluyéndose ante el innegable atractivo de la interpretación literal, que permite soñar con el momento de la génesis creativa. El mismo Alonso Fernández de Avellaneda tomó esas palabras en sentido recto, como vemos en su Prólogo: «Pero disculpan los yerros de su primera parte, en esta materia, el haberse escrito entre los de una cárcel; y, así, no pudo dejar de salir tiznada dellos, ni salir menos que quejosa, mormuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados». Los datos conocidos sobre la biografía de Cervantes ofrecen dos momentos como máximos candidatos a la identificación: otoño de 1592, fecha de su estancia forzosa en Castro del Río (Córdoba), y los últimos meses de 1597, cuando fue encarcelado en la prisión de Sevilla. Sin embargo, nada hay en las palabras del Prólogo que obligue a creer, con Rodríguez Marín, que Cervantes escribió en la cárcel parte de la historia. En el Quijote, el verbo engendrar se asimila menos a ‘redactar’ que a ‘imaginar’, como demuestran algunos paralelos: en el prefacio a la Segunda parte leemos que la continuación de Avellaneda «se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona» (II, Pról., 617); en la conversación sobre poesía entre don Quijote y don Diego de Miranda, aquel afirma que «la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos» (II, 16, 759); por último, la duquesa le recuerda a don Quijote que, según la Primera parte, «nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que quiso» (II, 32, 897). De este modo, la mención del Prólogo, aun tomada en su sentido literal, parece autorizarnos a suponer únicamente que el primer aliento de la historia, la percepción de su contenido, le sobrevino a Cervantes mientras permanecía en prisión.

Al margen de este pasaje, hay algún otro indicio en la obra que puede arrojar luz sobre su cronología. Los libros pastoriles y composiciones épicas que se citan al final del capítulo 6 se publicaron en el decenio de 1580, especialmente en su segunda mitad. El título más reciente de cuantos se mencionan en el escrutinio es El pastor de Iberia, de Bernardo de la Vega, impreso en 1591. El aposento del hidalgo se muestra como una nutrida biblioteca de obras de ficción actualizada a la altura de 1591-1592. La conclusión parece obvia: ¿por qué no suponer que en esas fechas se escribió el primer núcleo de la narración? De no ser así, mal se entiende, como señaló Geoffrey Stagg, que Cervantes no mencione algunos libros, en especial las Guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita (1595), que contiene los mismos temas presentes en el delirio quijotesco del capítulo 5, y La Arcadia de Lope de Vega (1598), referencia ineludible en el desarrollo del género pastoril. Para refrendar esta impresión, vemos que el mismo narrador se hace eco de la modernidad del relato: «me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y pastores de Henares [de 1586 y 1585], que también su historia debía de ser moderna» (I, 9, 106). Todo ello induce a pensar que el episodio del escrutinio estaba escrito en una fecha comprendida entre 1591 y 1595. Sin embargo, esta hipótesis también plantea problemas, como los que se desprenden de la referencia a Luis Barahona de Soto, «porque … fue uno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio» (I, 6, 87). El uso del pasado parece indicar que el escritor había fallecido cuando Cervantes escribió el elogio. Si se entiende así, habría que trasladar la fecha por lo menos a 1595, año de la muerte de Barahona de Soto. Por otra parte, en la conversación entre el cura y el canónigo de Toledo, este recuerda tres tragedias de Lupercio Leonardo de Argensola (La Isabela, La Filis y La Alejandra) que «ha pocos años que se representaron en España» (I, 48, 552). Las fechas de composición de las tres piezas teatrales se han establecido en el lapso 1581-1585. Al mismo tiempo, es sabido que la reflexión teórica de los capítulos finales de la Primera parte presenta la influencia de la Philosophía antigua poética de Alonso López Pinciano, publicada en 1596: así, pocos años podría significar en este caso ‘quince o veinte años’, lo que restaría todo alcance a la expresión, y, de paso, a la modernidad mencionada en el capítulo 9.

La principal hipótesis externa sobre la fecha inicial de la novela se basa en argumentos no menos problemáticos. El punto de partida fue la insistencia, por parte de Ramón Menéndez Pidal, en señalar una posible fuente de las locuras de don Quijote de los capítulos 4 y 5: el Entremés de los romances, pieza breve en que el labrador Bartolo enloquece por la lectura de romances heroicos hasta creerse personaje de ellos. Menéndez Pidal defendió que la fecha de composición del entremés era inmediatamente posterior a 1591, pues los romances que se citan en él podían leerse juntos solo en la Flor de varios romances nuevos, compilada por Pedro de Moncayo en el año referido y reimpresa, con adiciones, en 1593. Si es cierto que los capítulos iniciales del Quijote siguen de cerca a la pieza teatral, cabe suponer, habida cuenta de la efímera vida del teatro corto, que Cervantes experimentara su influencia en torno a 1591-1592. La fecha concuerda significativamente con las que se derivan del escrutinio de la librería. No son datos determinantes, pero parecen indicar, como quiso Stagg, que hacia 1592 ya existía una parte de la obra, quizá esa debatida narración corta que pudo estar en el origen de la novela.

Que la fecha inaugural más probable sea 1592 (o incluso 1597, momento en que, según Edward C. Riley y Luis Andrés Murillo, Cervantes se habría concentrado en la elaboración de la novela) no significa que el Quijote no contenga secciones escritas con anterioridad. Es el caso de la historia del Capitán cautivo, verosímilmente compuesta de forma independiente a El ingenioso hidalgo e integrada en la novela en una fase tardía de composición. El relato se escribió en vida de Felipe II, como demuestran las siguientes palabras: «venía por general desta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe» (I, 39, 453); el que no se añada otra cosa significa a todas luces que el monarca reinaba en el momento en que transcurre la acción. Ahora bien, ¿cuándo suceden los hechos que narra la novela intercalada? Al iniciar el relato de sus fortunas, Ruy Pérez de Viedma recuerda: «Este hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre» (I, 39, 452). Dado que ese acontecimiento tuvo lugar en 1567, hay que situar el presente de la acción (la llegada del cautivo y Zoraida a la venta) en torno a 1589. Este dato entra en conflicto con la tenue cronología del resto de la novela: sabemos, por el escrutinio de la librería, que ya ha transcurrido el año 1591. Como suele suceder en la ficción cervantina, lo más probable es que la fecha de la acción coincida con la del momento de creación, y que el relato sea de 1589-1590. Para abundar en esta hipótesis, Murillo, entre otros, ha subrayado el significativo paralelo entre las palabras del cautivo ya citadas y las que Cervantes dictó en el memorial de 21 de mayo de 1590 por el que pedía merced de un oficio en Indias: «Miguel de Cervantes Saavedra dice que ha servido a Vuestra Merced muchos años en las jornadas de mar y tierra que se han ofrescido de veinte y dos años a esta parte». También se debe a Murillo un interesante estudio de las similitudes entre la historia del cautivo, El celoso extremeño y el principio del Quijote. Las primeras líneas de los tres relatos son muy parecidas, y en los tres se cuenta la historia de un hombre maduro enamorado de una mujer mucho más joven, temática que sin duda interesó profundamente a Cervantes hacia 1590. Cree Murillo que el relato del cautivo pudo iluminar uno de los perfiles del hidalgo manchego (el que lo caracteriza como un hombre mayor enamorado de una muchacha vecina), y podría ser incluso que Cervantes decidiera interpolar en su novela la vieja historia de ambiente argelino porque, entre otras cosas, servía como correlato realista a los amores de don Quijote. Como quiera que fuese, parece seguro que Cervantes, antes de que se engendrara la historia del hidalgo, había escrito un relato independiente, de notorio carácter biográfico en su primera parte, que luego decidió incorporar a la novela de 1605.

Resulta evidente que, en última instancia, el problema de la cronología temprana del Quijote es el problema de su composición. Pocas obras muestran de un modo tan evidente las huellas del proceso de elaboración que las recorrió, desde la primera intuición de la historia hasta la novela completada en 1604. A la vista de las pruebas reunidas por la crítica, no resulta descabellado suponer la existencia de un núcleo narrativo sobre el hidalgo Quijana por lo menos una década antes de la publicación del libro. Mucho más se fue generando a lo largo de un proceso de transformación y revisión que solo la imprenta pudo detener.



2. Cervantes escribió la Primera parte del Quijote a lo largo de un período de tiempo bastante dilatado, durante el cual su concepción de la obra fue creciendo y cambiando. Según parece, los capítulos 1 a 18 se escribieron como texto seguido, sin divisiones internas y, por consiguiente, sin epígrafes. Es posible que Cervantes abandonara la historia durante un tiempo, mientras se dedicaba a otros proyectos, y que al regresar a ella decidiera desarrollarla y dividirla en capítulos: tal decisión se produjo en la linde del actual capítulo 19. Los cambios pudieron deberse a la voluntad de interpolar nuevos materiales en lo que ya había escrito; así, la nueva y más elaborada parodia de las novelas de caballerías que Cervantes tenía en mente implicaba una división retrospectiva del texto.

¿Qué clase de adiciones realizó Cervantes y cómo las concilió con lo que ya había escrito? Stagg recuerda que una novela, a diferencia de lo que sucede con la narración breve, se abre camino mediante la acumulación de detalles, que generan una atmósfera particular. La trama novelesca se desarrolla a través de la proliferación de episodios y la elaboración compleja de sus elementos. Al volver a su historia, Cervantes interpoló pasajes que confirieron a la trama un alcance mayor (lo que le permitía alargarse a voluntad y resultar creíble), al tiempo que añadía detalles precisos. Parecen muestra de ello las redundancias del capítulo 5 (la reiteración de la amistad que el cura y el barbero profesan a don Quijote; la repetición del topónimo del Campo de Montiel; la identificación del maltrecho protagonista por parte del labrador Pedro Alonso como «señor Quijana», circunstancia que repite y contradice la multiplicación de nombres del capítulo 1), que se insertaron durante la revisión que convirtió al texto en una narración mucho más extensa.

Mientras iba conformándose la idea del Quijote como parodia de los libros de caballerías, Cervantes tuvo que introducir cambios en pasajes preexistentes y añadir episodios completos que concentraran o amplificaran ese foco paródico. Según Stagg, la más célebre de esas interpolaciones tempranas fue probablemente el escrutinio de la librería. El episodio está entre dos capítulos (5 y 7) en los que Cervantes, acaso por imitación del Entremés de los romances, presenta a su protagonista declamando versos del romancero, en lugar de frases tomadas de los libros de caballerías. La interpolación del capítulo 6 parece demostrarse asimismo porque el episodio entraña una contradicción: el ama de don Quijote quema sus libros mientras este duerme; sin embargo, en el párrafo siguiente, el cura y el barbero deciden que «le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase» (I, 6, 89). ¡Un aposento cuyo contenido acaba de reducirse a cenizas! La incoherencia podría indicar que el episodio del escrutinio y auto de fe se escribió posteriormente y se insertó entre los actuales capítulos 5 y 7.

Al tiempo que realizaba estos cambios, Cervantes inició la división en capítulos, empezando por el actual número 18, donde se localiza la primera mención al respecto. Robert M. Flores piensa que el escritor se limitó a insertar en el lugar en que debía de producirse la solución de continuidad las palabras «lo que se dirá en el siguiente capítulo» (I, 18, 198), tras las que escribió un epígrafe que resumía los contenidos de la nueva sección. A su juicio, la elección de los lugares en que se operó la división retrospectiva dependió menos de la lógica narrativa que de exigencias prácticas, como el ahorro de tiempo, trabajo y papel. Es probable, así, que las últimas y las primeras palabras de cada capítulo se escribieran en la hoja o página contigua del manuscrito original. Ello habría permitido a Cervantes interpolar pulcramente el encabezamiento del nuevo capítulo en la parte superior de la página siguiente, sin alterar en lo más mínimo los contenidos de las secciones. Aunque esta forma de proceder dio buenos rendimientos, su arbitrariedad produjo un tipo de error que aumenta en número e importancia a lo largo de la Primera parte: los epígrafes incorrectos (por ejemplo, el del capítulo 10, en que califica de «yangüeses» a los «gallegos»). Es posible que Cervantes escribiera esos epígrafes bastante después de poner fin a la redacción original, lo que explicaría el olvido de algunos detalles. Al igual que sucede en el resto de sus obras, Cervantes no revisó en profundidad los capítulos cuando introdujo cambios. Lo cierto es que las discrepancias entre contenido y encabezamiento se reiteran a lo largo del libro.

Una característica fundamental de los métodos de redacción y revisión de la Primera parte del Quijote es la tensión entre el desarrollo de la trama principal y la elaboración de episodios individuales e historias intercaladas. Parte de la crítica piensa que la imagen mental que Cervantes tenía de su historia progresaba unidad a unidad, episodio a episodio, sobre todo a partir del capítulo 9. José Manuel Martín Morán ha sostenido que Cervantes era materialmente incapaz de imaginar como un todo coherente una trama tan extensa: mediante formas de composición oral, habría empleado un método próximo al collage, yuxtaposición suelta de episodios e historias, con los que habría conformado una narración continua. La imaginación cervantina prefería como unidad básica de composición el episodio en lugar de la trama unificada; ello contribuiría a explicar la proliferación, a lo largo de la Primera parte, de historias intercaladas, conectadas de forma muy leve con las aventuras de don Quijote. Del mismo modo, esta hipótesis permite dar cuenta de la descuidada revisión cervantina: sencillamente, cuando el escritor se concentraba en la escritura o corrección de un capítulo concreto no era capaz de retener una imagen coherente y detallada de toda la historia.

Si bien no puede negarse la influencia de los métodos de composición oral en Cervantes, es cierto que tal influencia no lo explica todo. En primer lugar, la trama única y unificada, tan admirada por los novelistas del siglo xix, no gozaba del mismo prestigio a principios del siglo xvii. Además, el autor del Quijote tuvo que enfrentarse al mismo problema que Mateo Alemán, López de Úbeda y otros pioneros de la ficción extensa: ¿cómo mantener el interés del lector a lo largo de un número elevado de páginas, sin menoscabo de la verosimilitud y el decoro narrativos? ¿Lograrían unos pocos personajes, con puntos de vista y experiencias restringidos, entretener a un público en disposición de leer y releer las mismas páginas una y otra vez? La popularidad de la novela de caballerías invitaba a esperar una respuesta negativa. Por otra parte, el crédito concedido a Heliodoro y sus imitadores confirmaba el atractivo que tenían las tramas con muchos y variados episodios.

Alonso López Pinciano, en su Philosophía antigua poética, recomendaba la armonización de unidad y diversidad mediante la inclusión en la trama principal de episodios ajenos a esta. Parece indisputable (o al menos así lo creen Stagg y Martín Morán) que Cervantes recurrió al tratado del Pinciano para encontrar respuestas a los problemas que le planteaba la composición de una obra de ficción extensa que resultara interesante, y por lo tanto comercial. El escritor halló en ese libro una exhortación a variar la historia y a capturar la atención del lector mediante la inclusión de episodios que fueran tan interesantes que pudieran separarse de la narración principal y disfrutarse por sí mismos. A partir del capítulo 22 de la versión impresa, el número de episodios de este tipo se multiplica. En el esquema primitivo, los veintidós primeros capítulos se centraban en las aventuras de don Quijote y Sancho; los demás, escritos bajo la influencia de la reciente lectura del Pinciano, se decantaron por las historias intercaladas.

Aun si Cervantes pensó desde un principio en este orden y procedimiento de composición, tal perspectiva nos permite aclarar sus modos de revisar y trasladar materiales previos para ajustarse a la idea —siempre en evolución— del tipo de libro que estaba escribiendo. Dos excelentes ejemplos de esta fase de composición son los problemas ocasionados por la redacción y la transposición de la historia de Grisóstomo y Marcela (los actuales capítulos 11-14) y la desaparición de la montura de Sancho.

Según Stagg, Cervantes escribió el episodio de Grisóstomo y Marcela dentro del conjunto narrativo que hoy conforman los capítulos 21-25, y luego lo trasladó de esa ubicación original al lugar que ocupa en la primera edición. Esta hipótesis explica una serie de discrepancias narrativas presentes en la versión publicada:

  1. El epígrafe del capítulo 10 («De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses», 112) no se corresponde con su contenido: el combate con el vizcaíno ha concluido al final del capítulo 9, y la aventura de los gallegos no ocurre hasta el capítulo 15, después de la historia de Grisóstomo y Marcela. La incorrección del epígrafe parece indicar que en alguna fase de elaboración de la novela el episodio de los arrieros seguía al del vizcaíno.
  2. Una extraña frase de Sancho Panza, que presenta la aventura de los gallegos como inmediata a la del vizcaíno: «¿Quién dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado caballero andante había de venir por la posta y en seguimiento suyo esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?» (I, 15, 163). Ello aumenta la impresión de que los capítulos 11-14 se interpolaron.
  3. Tras el combate con el vizcaíno, don Quijote y Sancho entran en un bosque, a primera hora de la tarde, y comen al final del capítulo. Esta secuencia aparece repetida en su integridad, de forma innecesaria, al inicio del capítulo 15. Cervantes utiliza las mismas palabras para describir las dos comidas y su atmósfera de cordialidad («en buena paz y compaña/compañía», I, 10, 118, y 15, 159).

Lo más probable es que Cervantes diseñara, ya en su primera redacción de la obra, el ámbito del encuentro de don Quijote y Sancho con los arrieros gallegos. La interpolación de los capítulos 11-14 (posiblemente para repartir por la novela las historias independientes, en un principio concentradas en torno al capítulo 23, como se verá más adelante) obligó al autor a trasladar a sus protagonistas de la majada de los cabreros a un escenario de llanuras y espacios amplios, parecido al que habían abandonado en el capítulo 10. Apurando ese argumento, puede afirmarse que la persecución de Marcela por parte de don Quijote tiene menos que ver con un intento de ridiculizar al hidalgo como caballero andante que con su utilidad como mecanismo para situar a la pareja protagonista en un espacio adecuado al encuentro con los arrieros. En su revisión, Cervantes habría modificado el final del capítulo 10 y el principio del capítulo 15, reparando así las nuevas y evidentes fracturas de la historia.



Por otra parte, la topografía del capítulo 10 es la propia del llano, mientras que, repentinamente, en el capítulo 11 don Quijote y Sancho se encuentran en terreno montañoso, al que solo llegarán cuando se adentren en Sierra Morena (capítulo 23). Stagg concluye de forma elocuente: «solo cuando superponemos el perfil de Marcela a las cumbres elevadas y adustas de Sierra Morena, contemplamos a esa figura desafiante —la mujer con el corazón tan duro como la piedra— en su correcta perspectiva … Sierra Morena es su espacio natural».

La hipótesis de que la historia de Marcela y Grisóstomo se escribió entre los actuales capítulos 23 y 25 ayuda a explicar que en los capítulos 11-14 se manifieste una fase avanzada del «ingenio entreverado» de don Quijote. En estos capítulos, el hidalgo manifiesta un relativo buen juicio y una percepción literaria que contrastan vivamente con las alucinaciones y los desvaríos caballerescos de los capítulos 1-11 y otros posteriores. Este nuevo comportamiento coincide con el gusto por las discusiones sobre la corrección del lenguaje, manifiestas en los capítulos de Sierra Morena y siguientes. De este modo, en la composición original del manuscrito, y a diferencia de lo que percibe el lector en la versión publicada, esos momentos iniciales de lucidez no habrían sido una «aparición temprana de ‘rasgaduras en la cortina de la obsesión’», como quiso Otis H. Green, sino la prueba de que la idea cervantina de don Quijote había ido evolucionando hacia un retrato de mayor complejidad. Don Quijote se refiere por primera vez a la vocación de «reprochador de voquibles» en el actual capítulo 12, y no vuelve a mencionarla hasta el capítulo 21, seguido de varios casos en 23, 25 y 26. De ese extraño hiato ha deducido Stagg que Cervantes ideó el mecanismo mientras escribía el capítulo 21, y decidió recurrir a él durante un trecho de la narración. Es posible, así, que esa parte del capítulo 12 se escribiera en origen como una porción ubicada textualmente en los capítulos 21-26, y se trasladara posteriormente hasta el lugar que ahora ocupa.

El traslado de la historia de Grisóstomo y Marcela a un contexto anterior, junto con otros materiales destinados originariamente al actual capítulo 25, explica no solo la desmesurada extensión del mismo, sino también la aparición y desaparición del asno de Sancho. No hay lector que deje de advertir que el asno está presente desde el capítulo 7 al 25. En este último se alude a la desaparición de la montura («Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio», I, 25, 280), pero sin mencionarla de forma explícita, ni mucho menos aclarar sus causas. En la segunda edición de Francisco de Robles se añadió al capítulo 23 una explicación de lo sucedido: Ginés de Pasamonte había robado el asno mientras don Quijote y Sancho dormían al raso en Sierra Morena.

En el capítulo 27 de la Segunda parte, Cervantes quiso presentar el descuido como un error del impresor: «por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la Primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta» (II, 27, 855). Sin embargo, el único error que podría haber cometido el impresor sería la inserción del robo del rucio en un capítulo equivocado. No hay duda de que la explicación tendría que haberse incluido en el capítulo 25, entre el momento en que se menciona al asno como presente por última vez («entremétete en espolear a tu asno», 273) y la primera referencia de Sancho al robo de su montura. La propia versión de Sancho ex post facto, publicada diez años más tarde en la Segunda parte, confunde aún más las cosas, al afirmar que el asno fue robado durante una noche que no existe en la primera edición: «yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella y me sacó debajo de mí al rucio sin que yo lo sintiese» (II, 4, 656).

A partir de estas anomalías Stagg concluyó que Cervantes, en una fase temprana de composición, escribió los actuales capítulos 11-14 como parte del texto que se publicó luego como capítulo 25, es decir, entre nuestras páginas 273 (la intervención de Sancho que finaliza «…acabándonoslas de romper de todo punto») y 276 (la referencia, fuera de lugar, a Ambrosio: «como ya oíste decir a aquel pastor de marras, Ambrosio…», mencionado por última vez en el capítulo 14). De este modo, la primitiva versión del robo del asno habría formado parte del episodio pastoril. El robo del rucio se narraba en su ámbito original, Sierra Morena, dentro de una sección que se trasladó al actual capítulo 11. Al cambiar de lugar esos folios, Cervantes advirtió que no podía mover la historia de la desaparición del asno, puesto que había numerosas referencias a su presencia a lo largo de los capítulos 15 y siguientes. En consecuencia, tuvo que suprimir el episodio, lo que le obligó a desgajar el pasaje sobre la recuperación de la montura. Al proceder de este modo no advirtió que iba a provocar inconsecuencias textuales de peso.

La versión sobre el robo del asno publicada en la Segunda parte pone de manifiesto hasta qué punto le resultó imposible a Cervantes conciliar las anomalías que había provocado en su apresurada reescritura de la novela. En la continuación de 1615, astutamente, decidió desviar la atención del verdadero problema mediante la introducción del divertido paralelo entre la desaparición del rucio y el robo del corcel de Sacripante por parte de Brunelo, que se cuenta en el Orlando furioso. Tal como cree Flores, no puede descartarse tampoco que el episodio del robo del asno sucediese en el diseño original de Cervantes de forma parecida a como Sancho lo describe en el capítulo 4 de la Segunda parte. Como quiera que fuese, esta posibilidad no deja de ser un apoyo a la tesis de que la historia del robo del rucio se hallaba en medio de la secuencia de capítulos sobre Grisóstomo y Marcela.

A partir de un análisis de los argumentos de Stagg, Flores ha llegado a la conclusión de que la historia de Grisóstomo y Marcela se escribió en una fase de redacción posterior a la de los capítulos que la circundaban originariamente, compuestos para formar parte de la sección de Sierra Morena (numerados en un principio, según cree, como capítulos 18-23). Dada la ausencia de menciones del asno en esas páginas, salvo en el párrafo que conecta los actuales capítulos 11 y 12 (numerados en un principio como 21 y 22), Cervantes habría querido interpolar la historia de Grisóstomo y Marcela tras el episodio —luego eliminado— en el que Ginés se apoderaba de la montura de Sancho, pero más tarde habría cambiado de opinión, y el robo (que era entonces el capítulo 20) se habría situado en el centro de los capítulos precedentes. De este modo, el episodio de Marcela y Grisóstomo se habría redactado más tarde, en torno a la primitiva historia de la estancia de don Quijote y Sancho con los cabreros y el robo del asno.

¿Qué repercusiones estructurales provocó la decisión de trasladar la historia de Grisóstomo y Marcela a un lugar tan alejado de su ubicación original? La crítica ha notado el desequilibrio en el número de páginas de las cuatro partes en que se divide la versión publicada: I (capítulos 1-8), II (capítulos 9-14), III (capítulos 15-27) y IV (capítulos 28-52). La decisión de dividir el texto en partes, tomada in medias res, es claro indicio de hasta qué punto la imaginación de Cervantes se había ido orientando hacia una parodia de la estructura y el contenido de los libros de caballerías, normalmente divididos en grandes secciones. Probablemente debamos a esta decisión la aparición de Cide Hamete Benengeli, el supuesto autor y presentador de cada parte, a imitación de los modelos caballerescos. Stagg ha sugerido la posibilidad de que Cervantes pensara primero en una división homogénea, de unos ocho capítulos por parte; sin embargo, esa idea se reveló irrealizable a medida que fue reelaborando y trasladando materiales.

En la reconstrucción del hipotético diseño original de la novela, el final del episodio de Marcela señalaba el cierre de la tercera parte. Al trasladar este episodio a su posición actual, Cervantes dejó la división entre partes en un lugar en que todavía indicaba un corte importante en la trama. La acortada tercera parte resultante (capítulos 22-24 y la primera mitad de 25) se compensó con el añadido de la segunda mitad de 25 y los capítulos 26-27. Que existió una división originaria entre los capítulos 21 y 22 se pone de manifiesto en el inusual tratamiento de Cide Hamete. Hasta ese momento ha aparecido en cada división de parte; en el inicio del capítulo 22 vuelve a introducírsele, por supuesto sin mención alguna de cambio de sección («Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia…», I, 22, 235). Esta anomalía parece indicar que en un origen Cide Hamete introducía una nueva parte en ese lugar; esa parte se habría sustituido por el simple inicio de un capítulo, con lo que se perturbaba mínimamente el texto existente.

Pero Benengeli desaparece tras el capítulo 27. Stagg ha visto en esta circunstancia una nueva señal de que Cervantes reconsideró la estructura de la novela. A medida que iban aumentando las interpolaciones y transposiciones, la división en capítulos y partes resultó más difícil de mantener de forma consistente. Del mismo modo que la decisión de dividir la obra en capítulos se había establecido en el 18, la resolución de desechar sin comentario alguno la división en partes puede ubicarse en el capítulo 28, donde se ignora a Cide Hamete y se destaca la inclusión de «cuentos y episodios» (I, 28, 317). Cide Hamete es el cronista de las aventuras de don Quijote e introduce el episodio de Cardenio, Luscinda y Dorotea, pero otros personajes son los que narran El curioso impertinente y El capitán cautivo. Por este motivo, Cervantes va abreviando sus ulteriores referencias al cronista (en el inicio de la tercera parte original, capítulo 15, y al final del capítulo 27) y finalmente se deshace de su narrador de ficción, que permanece como el fósil de un plan primitivo.

La división de la obra en partes y las técnicas cervantinas para encajar las narraciones breves en la historia principal son aspectos íntimamente relacionados. Tal como se ha dicho, en la Primera parte el autor manifiesta su compromiso con la idea de que el libro debe contener muchos y variados episodios, que serán de este modo testigos de su talento creativo y de su preocupación por suscitar y mantener el interés de los lectores. Según se desprende de los indicios señalados, Cervantes dividió primero el texto en capítulos y luego en partes, e insertó finalmente la historia de Cardenio, Dorotea y Luscinda, y los relatos de El curioso impertinente y El capitán cautivo.



¿Por qué razón incluyó precisamente estas historias en el Quijote, y en qué momento de la redacción pudo haberlo hecho? Es probable que en algún punto poco posterior al capítulo 22 Cervantes llevara a la práctica los argumentos de López Pinciano en favor de las narraciones breves e independientes: en ese capítulo se inician las interpolaciones (no hay que olvidar que la historia de Grisóstomo y Marcela se compuso probablemente para el actual capítulo 25). Según Martín Morán, el escritor pudo considerar a su novela un cauce adecuado para la publicación de cierto número de narraciones cortas que había escrito con anterioridad: así, El capitán cautivo, que luego fue incluida en la novela propiamente dicha.

Si es correcta la hipótesis de que Cervantes varió su técnica de composición en plena redacción para incluir episodios independientes, y si también es cierto que empleó materiales previamente elaborados, entonces resulta lícito preguntarse por las huellas de tales interpolaciones. Flores ha propuesto una reconstrucción del método de sutura de El curioso impertinente a la historia de don Quijote y de los distinguidos huéspedes de la venta. Cervantes, ya en una fase avanzada de redacción de la novela, habría preferido alterar lo menos posible el material escrito. Para ello, habría dispuesto el cuerpo de la historia preexistente de forma que permitiese la inclusión del episodio de los cueros de vino, con el que devuelve a don Quijote y Sancho a la acción principal. Habría situado ese episodio de tal modo que la historia intercalada y la escaramuza de don Quijote mantuvieran sus posiciones relativas en el capítulo, con lo que realizaba el menor número posible de alteraciones en el manuscrito. Al hacerlo, habría cambiado el epígrafe de un capítulo, introduciendo accidentalmente otra anomalía: el epígrafe de 36 anuncia el episodio de los cueros de vino ex post facto. Quizá Cervantes no advirtió el error porque el viejo epígrafe permaneció en la última página, con la conclusión del capítulo previo: ello impidió que se percatara de que el epígrafe no se correspondía con el contenido.

Esta interpolación, como la de El capitán cautivo, creó un nuevo problema: el equilibrio narrativo entre las aventuras de don Quijote y Sancho y las historias intercaladas se había decantado de forma manifiesta en favor de estas últimas. Como ha señalado Flores, el discurso de las armas y las letras pronunciado por don Quijote (capítulo 38) concede al protagonista de la novela la oportunidad de brillar nuevamente en el centro del escenario, después de una larga ausencia, dirigiéndose, prácticamente sin interrupción, a una luminosa asamblea de damas y caballeros de alta alcurnia. Pero incluso esta ingeniosa interpolación dio pie a una nueva anomalía textual: en el capítulo 42, el grupo cena por dos veces en una misma noche («Ya en esto estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto el cautivo y las señoras, que cenaron de por sí en su aposento», I, 42, 496).

En conclusión, puede considerarse la Primera parte del Quijote como una especie de laboratorio en el que Cervantes, de forma consciente y resuelta, experimentó numerosas y variadas técnicas de la narrativa extensa en prosa. Las críticas a la Primera parte, que el autor recoge en tono de broma en el capítulo 3 de la Segunda, pueden verse como una reflexión crítica sobre el proceso creativo desarrollado: episódico, variado, gracioso, heroico y edificante. Las historias intercaladas, que constituyen el sello de la Primera parte, desaparecen en la Segunda para ceder su lugar a una mayor concentración de aventuras y al despliegue de las personalidades del caballero y su escudero. Cide Hamete Benengeli, mecanismo al que recurre Cervantes con la misma facilidad con que lo abandona, se convierte en la Segunda parte en un filtro indispensable de la acción. Todos estos cambios revelan al lector atento y paciente la imaginación incansable y observadora del artista consciente que fue Miguel de Cervantes a lo largo de los sinuosos caminos y los ásperos lugares de su vasto universo de invención.

3. Los abundantes y detallados estudios sobre la composición del Quijote de 1605 contrastan con la escasez de investigaciones sobre la elaboración de la Segunda parte. Esta asimetría no se debe, por supuesto, a que la continuación haya suscitado un interés menor, sino a que el texto de 1615 impone unos límites a la especulación sobre un plan primitivo. Gracias a los epígrafes incorrectos, los cambios repentinos de escenario, los pasajes que se duplican o se anulan y los acontecimientos que suceden y no se refieren, la Primera parte presenta trazas de una concepción original de la obra que fue modificándose a lo largo del tiempo. En la Segunda, por el contrario, apenas hay espacio para que el crítico ponga a prueba su talento de escudriñador: la arquitectura de la novela es más trabada y su acción avanza hacia el desenlace sin titubeos evidentes. Cervantes deja bien sentado que «en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun estos limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos» (II, 44, 980). Con la eliminación de las grandes tramas episódicas, susceptibles de manipulación previa, el estudioso ve reducidas las posibilidades de rastrear por la obra la pista de refundiciones o interpolaciones. El Quijote de 1615 se ofrece a primera vista como un conjunto desarrollado en un solo aliento creativo. Claro está que esa impresión no impide reflexionar sobre las fases de composición del texto, pero la ausencia de indicios sitúa toda propuesta en el ámbito de la mera hipótesis. Tan solo podemos estar seguros de que la lectura de la continuación de Avellaneda afectó a los planes y al ritmo de elaboración de la obra.

Al igual que sucede en la Primera parte, en la intriga novelesca hay muy pocos elementos sobre los que basar una cronología aproximada. No hay duda de que el episodio de Sancho y Ricote (capítulo 54) tuvo que escribirse después de la expulsión de los moriscos, acaecida en 1609-1610. Si, como cree Joseph Sánchez, una mención del Quijote en El caballero puntual (1613) de Salas Barbadillo se refiere a la continuación en ciernes (que el autor, como amigo de Cervantes, podría haber conocido mucho antes de su conclusión), tendrá que convenirse en que el episodio de los leones (capítulo 17) ya estaba escrito a la altura de 1613, cosa que, de otra parte, era de suponer. En el prólogo a las Novelas ejemplares, redactado hacia julio de ese mismo año (es la fecha de la dedicatoria al Conde de Lemos), Cervantes promete al lector que «primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza», lo que parece prueba de que en esos días la Segunda parte estaba bastante avanzada. Estos indicios no aportan una información sustancial, y se limitan a reafirmar la impresión de que la obra tuvo que gestarse en un período de tiempo dilatado, como cabía esperar. Ello le confiere especial valor a la única fecha contenida en el cuerpo de la novela: veinte de julio de 1614, día en que Sancho dicta la carta para su mujer (capítulo 36). Es muy posible que Cervantes le pusiera a la epístola la fecha del día en que la escribió. Ese acto, ya fuera deliberado o fruto del descuido, sitúa la acción en el verano de 1614, rompe la cronología interna de la Segunda parte y, de paso, desarticula sus vínculos con la Primera. Sorprende que tan solo medio año antes de la conclusión de la novela (la aprobación es del 27 de febrero de 1615, aunque el libro no se publicó hasta noviembre) a Cervantes le quedara por escribir más de la mitad de la obra. No puede descartarse que estuviera interpolando la carta en un texto previamente escrito, y que introdujera la fecha para crear un marco adecuado a la presencia de sucesos contemporáneos como la publicación de la novela de Avellaneda.

La tradición cervantista ha tendido a pensar que la redacción de la Segunda parte no comenzó inmediatamente después de la publicación de la Primera, sino que transcurrió cierto tiempo antes de que Cervantes se decidiera a escribir la continuación. Con tal fin se ha aducido una célebre frase de Sansón Carrasco sobre la fortuna editorial de la Primera parte: «tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia: si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes» (II, 3, 647). Si esta afirmación se acepta como literal, hay que situarse forzosamente después de 1607, cuando se publicó la edición de Bruselas, que quizá Cervantes confunde con Amberes. Pero esta imprecisión, junto con la mención de Barcelona, que no imprimió una edición del Quijote hasta 1617, aconsejan no tomar la frase al pie de la letra, pues podría reflejar igualmente un momento anterior, al arrimo del éxito inicial exagerado por la pluma del autor (las ediciones de la Primera parte estampadas en Lisboa y Valencia se publicaron antes del otoño de 1605). En el capítulo 16, dos semanas más tarde de la conversación con Carrasco, don Quijote le dice a Diego de Miranda: «he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia» (II, 16, 752), aseveración a la que puede darse tanto crédito como a la anterior.

Para defender una redacción temprana de los primeros capítulos, Daniel Eisenberg ha traído a colación las referencias al robo del asno contenidas en el inicio de la novela. Con la explicación que pone en boca de Sancho, Cervantes intenta disimular una incongruencia textual: la desaparición y reaparición de un asno cuyo robo y restitución no se mencionan. Pero la verdad era que la mayoría de lectores no había advertido tal incongruencia, por cuanto la segunda edición madrileña de Francisco de Robles (1605), y a su zaga todas las posteriores, incluía dos pasajes interpolados sobre la pérdida del rucio. Eisenberg ha supuesto, así, que las precauciones de Cervantes se comprenden solo si se enmarcan en los meses siguientes a la publicación de la princeps. Tras la segunda edición, los lectores podrían quejarse de las imprecisiones de la historia, pero no de que al autor «se le olvida de contar quién fue el ladrón que hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara, y solo se infiere de lo escrito que se le hurtaron» (II, 3, 655). Con todo, el argumento plantea no pocos problemas. Cuando menos, resulta curioso que Cervantes procediera con tanto cuidado al incluir referencias al episodio en un nuevo texto, y con tanta despreocupación al insertar en la segunda edición los pasajes que remediaban el problema. Por otra parte, una vez resuelta (mal que bien) la laguna de la princeps, el autor podría haber suprimido ese pasaje de la continuación. Lo más prudente es suponer que Cervantes, tiempo después de 1605, volvió sobre uno de los puntos más debatidos en el momento de la publicación, sin importarle que ese conflicto ya se hubiera remediado.



No hay, pues, unanimidad en torno a la fecha inicial: 1605, 1607, incluso 1609 son los años más favorecidos. En cambio, parece existir cierto consenso sobre la posibilidad de que Cervantes detuviera la redacción de la obra, acaso hacia 1611-1612 para dar fin a las Novelas ejemplares (1613). Esa hipotética solución de continuidad, defendida de forma explícita o implícita por Murillo, Nicolás Marín y Eisenberg, se ubica en torno al capítulo 30, antes del inicio de las aventuras en el palacio de los duques. Es indudable que la Segunda parte presenta tres grandes secciones narrativas (capítulos 1-29, primeras aventuras de los protagonistas; capítulos 30-58, estancia en el mundo palaciego de los duques, con las aventuras de la ínsula; capítulos 59-74, conclusión de la obra, marcada por la presencia del apócrifo), y que la primera de estas secciones despliega unas peripecias y unos personajes más cercanos a los de la Primera parte que a los del resto de la continuación. Tal circunstancia se ha tenido por señal de una composición no demasiado alejada del Quijote de 1605.

Abunda en esta presunción la aventura del barco encantado (capítulo 29), que ha despertado sospechas sobre su ubicación primitiva. Después de la aventura de la cueva de Montesinos y el episodio del pueblo de los rebuznadores, en las proximidades de las lagunas de Ruidera, don Quijote y Sancho alcanzan las orillas del Ebro en apenas dos días («Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alameda llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro», II, 29, 867), lapso inverosímil para una distancia cercana a los quinientos kilómetros. Por otra parte, la aventura acaba con una nota de decepción que será típica de capítulos posteriores, como el episodio de la manada de toros (58) o el de la piara de cerdos (68). Quizá en un plan primitivo la aventura fluvial sobrevenía después de la estancia con los duques, y Cervantes la desplazó a su posición actual cuando renunció a seguir la derrota de Zaragoza.

Ya se ha indicado que en la Segunda parte no abundan las incongruencias que delaten estadios de redacción previos. El único lugar claramente anómalo se encuentra en el capítulo 45, el primero sobre la estancia de Sancho en la ínsula Barataria. A su llegada, el mayordomo le dice al nuevo gobernador que los habitantes esperan que responda a una pregunta «que sea algo intricada y dificultosa» (II, 45, 992), pero Sancho se pone de inmediato a resolver litigios entre sus gobernados. ¿Hay que entender que Cervantes olvida la prueba? Quizá, como aventura Martín Morán, esta pueda identificarse con la «pregunta que un forastero le hizo» (II, 51, 1045) al gobernador a propósito del puente de la horca, seis capítulos más adelante. Pero eso no es todo: tras aclarar Sancho el pleito de las caperuzas, el narrador admite que «si la sentencia pasada de la bolsa del ganadero movió a admiración a los circunstantes, esta les provocó a risa» (II, 45, 994). Sin embargo, la sentencia de la bolsa no se menciona hasta unas páginas más abajo, después del episodio del báculo. Flores ha propuesto una explicación de este desorden a partir de un trastrueque del original en la imprenta; con todo, lo más probable es que Cervantes cambiara de parecer en la elaboración de los juicios de Sancho, y desplazara el episodio de la bolsa al último lugar, quizá añadiéndolo en el manuscrito usado en la imprenta, alterando una hipotética serie primitiva bolsa-caperuzas-báculo en caperuzas-báculo-bolsa. ¿A qué fin? Quizá para ordenar los elementos según la capacidad de suscitar la admiración de los lectores, que crece a medida que el ingenio de Sancho se aguza: ante el primer pleito, sentido común; en el segundo, perspicacia para descubrir el engaño que se ofrece ante sus ojos; en el tercero, astucia al provocar que la culpable se ponga en evidencia. Como sucede a menudo en la Primera parte, Cervantes no habría borrado por completo las huellas del estadio anterior. Pero no son estas las únicas incoherencias detectadas en la historia del gobernador Sancho. El capítulo 51, que contiene el intercambio de cartas entre este y don Quijote, presenta un final que parece señalar la conclusión del episodio: «En resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar», y se nombran «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza» (II, 51, 1053). Además, la existencia de esas constituciones u «ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula» (II, 51, 1052) es desmentida más tarde por el propio Sancho ante los duques: «aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar» (II, 55, 1083). Eisenberg deduce de ello que el episodio se elaboró en fases sucesivas, e, incluso, que pudo darse una interpolación de materiales previos. Lo cierto es que estas anomalías no afectan en lo sustancial al desarrollo de la historia, ni mucho menos a su concepción, pero ponen de relieve que las incongruencias textuales son más frecuentes cuando Cervantes opta por una construcción episódica, que le permite modificar más libremente la peripecia en revisiones posteriores.

Si hay un hecho indiscutible en la génesis de la Segunda parte es que la continuación de Alonso Fernández de Avellaneda alteró la forma final de la novela. ¿En qué momento conoció Cervantes el libro? La licencia de publicación es del 4 de julio de 1614; en rigor, Cervantes podría haberlo leído a fines de ese mismo mes, pero lo más probable es que llegara a sus manos en el otoño. La primera mención inequívoca de la existencia de una continuación falsa se halla en el capítulo 59: «Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que traen la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha» (II, 59, 1110). La crítica cervantina ha preferido creer que el escritor convirtió a la novela de Avellaneda en materia literaria inmediatamente después de leerla, con lo cual la mención del capítulo 59 señalaría a la posteridad el momento en que conoció la obra. Sin embargo, las cosas no tuvieron que suceder necesariamente de ese modo: es posible que Cervantes leyera el libro, decidiera los cambios que iba a imponer al suyo y escogiera finalmente el lugar más adecuado para introducir la primera mención del apócrifo. Cierto que el lugar más adecuado significa también el que implica un menor número de cambios, pero no puede descartarse que revisara material ya escrito, e incluso que desechara algunas páginas.

Las consecuencias más evidentes provocadas por la continuación de Avellaneda fueron el cambio de itinerario de Zaragoza a Barcelona y la inclusión del rival en la trama de la obra. Sobre el primer aspecto resultan elocuentes las palabras de don Quijote, al término del capítulo 59: «Por el mismo caso … no pondré los pies en Zaragoza y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno» (II, 59, 1115). Es sabido que el designio de ir a las justas de Zaragoza se presentaba al final de la Primera parte («solo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento», I, 52, 591), pero ello no implica que Cervantes previera a esa altura el rumbo de la Segunda parte. De lo que no puede dudarse es de que ambos continuadores se hicieron eco de la invitación con que concluía la novela de 1605. El cambio de rumbo comportó la inclusión de nuevas historias (Roque Guinart, la visita a la imprenta, la aventura de las galeras) y la remodelación de algunas ya previstas (la continuación de la historia de Ricote, la derrota del protagonista a manos de Sansón Carrasco). Es muy probable que Cervantes se sintiera en la necesidad de completar cuanto antes su novela, para atenuar los efectos del apócrifo. Las lógicas prisas implicaron acaso una selección de los materiales: algunas de las últimas historias (Roque Guinart, la cabeza encantada, el episodio de las galeras) son unidades narrativas que exigían relativamente poco esfuerzo al escritor, por tratarse de invenciones cuya estructura y contenido le resultaban familiares.

Las menciones a la novela de Avellaneda se reiteran en el tramo final de la obra: tras su inclusión en el capítulo 59, regresará a escena en la imprenta barcelonesa (capítulo 62), la visión infernal de Altisidora (capítulo 70), el encuentro con don Álvaro Tarfe (capítulo 72) y el testamento de Alonso Quijano (capítulo 74). No falta alguna imitación inequívoca de pasajes de Avellaneda: por ejemplo, la ironía de don Antonio Moreno dirigida a Sancho, «Acá tenemos noticia … que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que si os sobran las guardáis en el seno para otro día» (I, 62, 1133), remite a un episodio del capítulo 12 apócrifo («Y apartándose a un lado, se comió las cuatro [pellas] con tanta prisa y gusto como dieron señales dello las barbas, que quedaron no poco enjalbegadas del manjar blanco; las otras dos que dél le quedaban se las metió en el seno, con intención de guardarlas para la mañana», p. 230). Durante la resurrección de Altisidora, en el capítulo 69, le colocan a Sancho una coroza en la cabeza, para lo que tiene que despojarse de su caperuza. Cervantes no había mencionado antes ese tocado, inseparable del escudero falso.

Esos indicios de imitación resultan más problemáticos cuando se manifiestan en lugares de la novela anteriores al capítulo 59, pues de ser ciertos implicarían que Cervantes volvió sobre sus materiales para introducir retoques, e incluso episodios enteros. Se ha destacado el parecido entre la destrucción del retablo de Melisendra (capítulo 26) y el acceso de locura del don Quijote apócrifo durante la representación de El testimonio vengado (capítulo 27); asimismo, las dos segundas partes contienen sendas cartas de Sancho a su mujer. Por último, algunos parecidos textuales detectados por Martín de Riquer resultan demasiado evidentes para no encubrir una imitación: al fragmento de Avellaneda «yo le tengo aparejado aquí el rucio, en que podrá ir como un patriarca. El cual, como ya sabe, anda llano de tal manera, que el que va encima puede llevar una taza de vino en la mano, vacía, sin que se le derrame gota» (capítulo 9, pp. 176-177) parece corresponder el de Cervantes «lleva un portante por los aires sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado» (II, 40, 952). La cuestión aún no ha sido aclarada de un modo satisfactorio, pero parece evidente que estas coincidencias revelan puntos de contacto o imitación previos al capítulo 59. Abandonadas ya, por improbables, las hipótesis sobre algún tipo de influencia anterior a la impresión (así, que Cervantes hubiese leído el manuscrito de Avellaneda, como creía Ramón Menéndez Pidal, o bien que Avellaneda hubiese sabido de algunos episodios de la continuación cervantina, como supuso Stephen Gilman), parece sensato pensar que Cervantes revisó algunos pasajes de la novela que preceden al lugar por el que iba cuando conoció la obra de su imitador. Marín, que sostiene que los retoques afectaron prácticamente a todo el texto, encarna la posición extrema de este argumento.



La reflexión sobre el peso del autor tordesillesco en el Quijote, pues, tiene que inclinarse por una de las dos conjeturas siguientes: Cervantes incluyó en su propia obra esa novela solo para denunciarla, o bien quiso integrarla como una fuente más de la obra, sin declarar su utilización cuando no le pareció oportuno. Si se opta por la primera respuesta, basta con aceptar que el libro de Avellaneda determinó el cambio de itinerario y, a lo sumo, algunos ajustes previos al capítulo 59. Si se prefiere la segunda, queda abierto un portillo a la contemplación del crecimiento de la novela. Un criterio sensible a esta percepción de los hechos puede aclarar ciertas incoherencias del relato, al igual que sucede en la Primera parte. Mediado el capítulo 58, tras abandonar el palacio de los duques, don Quijote y Sancho comparten mesa con los pastores de la fingida Arcadia. Después de la comida, el caballero se enfrenta a un tropel de toros bravos, e inmediatamente después, pero ya en el capítulo 59, los protagonistas vuelven a comer. Al cabo de la jornada cenan en una posada del camino, donde conocen la existencia del falso Quijote. La incongruencia podría ser fortuita, pero resulta significativo que se encuentre tan cerca de la primera aparición manifiesta del apócrifo. Cabe la posibilidad de que Cervantes, al saber del nuevo libro, detuviera la redacción para planificar algunos cambios, y decidiera mantener lo escrito hasta el capítulo 58 (recuérdese que don Quijote desafía a los toros «en mitad de ese camino real que va a Zaragoza», II, 58, 1104), para reconducir la historia a partir del capítulo 59. No es imposible que en esas circunstancias olvidara que al final del capítulo anterior sus personajes habían acabado la comida. Hay otras marcas de desmemoria: al comenzar el capítulo 59 se refiere «Al polvo y al cansancio que don Quijote y Sancho sacaron del descomedimiento de los toros» (II, 59, 1107), pero Sancho no había recibido daño ni cansancio alguno. ¿Simples descuidos, sin mayor significación? Los descuidos suelen ser huellas de la interrupción del hilo del discurso, y en este caso (como en las dos cenas del capítulo 42 de la Primera parte) un alto en la narración puede resultar significativo.

En suma, la Segunda parte del Quijote, frente a la Primera, trasluce un proceso de elaboración menos atormentado. Cervantes compuso la novela a lo largo de un período de tiempo extenso, entre siete y diez años, a la vez que escribía y revisaba otras obras (las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso, el Persiles, los libros que aún promete en su lecho de muerte), y es posible que detuviera la redacción para concentrarse en alguno de los proyectos que acometió en sus años finales, ricos en actividad creativa y editorial. Según parece, estas circunstancias no implicaron cambios considerables en la concepción de la obra, que manifiesta un pulso sostenido. La estructura accidentada del Quijote de 1605 pone de manifiesto que Cervantes desarrolló y perfeccionó su libro a medida que lo rescribía: las renuncias, los arrepentimientos y las incoherencias del texto permiten evocar un apasionante proceso de arquitectura novelística. La obra de 1615 nace de los resultados de esa experiencia: a partir de la novela precedente y de los juicios de los lectores, a cuya opinión siempre fue sensible, Cervantes planea una ficción que completa —y, en cierto sentido, rectifica— las posibilidades de su antecesora. No hay señales de una revisión profunda, sino vislumbres de la forma en que pudo llevarse a cabo la composición de algún pasaje suelto, sin que se deduzcan de ello fases de redacción nítidas. Solo un imprevisto, la osadía de Avellaneda, pudo desafiar al diseño original; el ardor de ese último combate atraviesa la conclusión de la novela, prólogo incluido. Jamás sabremos cuántas páginas tuvo que desechar o modificar Cervantes para que el texto en construcción se adaptara a las nuevas circunstancias provocadas por la irrupción del apócrifo. Como sucede con Las semanas del jardín y la segunda parte de La Galatea, las aventuras zaragozanas del verdadero don Quijote, que quizá existieron algún día, serán para siempre la quimera de imaginaciones literarias.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

1. El trabajo más importante sobre la fecha de composición de la obra, por acopio de información y prudencia en el manejo de los datos, es el artículo de Geoffrey Stagg, «Castro del Río, ¿cuna del Quijote?», Clavileño, núm. 36 (1955), pp. 1-11. Otras monografías de interés son las de Francisco Rodríguez Marín, «La cárcel en que se engendró el Quijote», en Estudios cervantinos, Atlas, Madrid, 1947, pp. 65-77, que resume las propuestas de la crítica decimonónica; y Emilio Orozco Díaz, «¿Cuándo y dónde se escribió el Quijote de 1605?», en Cervantes y la novela del Barroco, Universidad de Granada, Granada, 1992, pp. 113-128. Luis Andrés Murillo, en The Golden Dial. Temporal Configuration in «Don Quijote», The Dol phin Book, Oxford, 1975, pp. 72-92, propone una cronología completa y detallada de la Primera parte, que divide en cinco fases de elaboración. Por último, hay breves consideraciones en Daniel Eisenberg, A Study of «Don Quixote», Juan de la Cuesta, Newark, 1987, p. 35, n. 89; y Edward C. Riley, Introducción al «Quijote», Crítica, Barcelona, 1990, p. 41. El mejor análisis de las disquisiciones en torno a la hipotética novela corta original es el de Erwin Koppen, «Gab es einen Ur-Quijote? Zueiner Hypotese der Cervantes Philologie», Romanistisches Jahrbuch, XXVII (1976), pp. 330-346 (trad. castellana, «¿Hubo una primera versión del Quijote? Sobre una hipótesis de la filología cervantina», en Thomas Mann y don Quijote. Ensayos de literatura comparada, Gedisa, Barcelona, 1990, pp. 159-181). Un nuevo enfoque del problema, así como argumentos convincentes para la datación de la historia del cautivo, en Luis Andrés Murillo, «El Ur-Quijote: nueva hipótesis», Cervantes, I (1981), pp. 43-50. Sobre el carácter independiente de la historia de Ruy Pérez de Viedma y su posterior unión al Quijote, véase Franco Meregalli, «De Los tratos de Argel a Los baños de Argel», en Rizel Pincus Siegle y Gonzalo Sobejano, eds.Homenaje a Casalduero. Crítica y poesía, Gredos, Madrid, 1972, pp. 395-409. Las precisiones sobre la parodia de los libros de caballerías y sus vínculos con la fecha de la obra pueden completarse con Peter E. Russell, «The Last of the Spanish Chivalric Romances: Don Policisne de Boecia», en Robert B. Tate, ed.Essays on Narrative Fiction in the Iberian Peninsula in Honour of Frank Pierce, The Dolphin Book, Oxford, 1982, pp. 141-152. El principal estudio sobre las relaciones entre los capítulos iniciales del Quijote y el Entremés de los romances es el discurso de Ramón Menéndez Pidal «Un aspecto en la elaboración del Quijote», pronunciado en el Ateneo de Madrid en 1920; puede leerse en De Cervantes y Lope de Vega, Espasa-Calpe, Madrid, 1940, pp. 9-60. Véanse también Antonio Pérez Lasheras, «El Entremés de los romances y los romances del Entremés», en La recepción del texto literario, Casa de Velázquez-Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1988, pp. 61-76; y Alfredo Baras, «El Entremés de los romances y la novela corta del Quijote», en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Anthropos, Barcelona, 1993, pp. 331-335. La cita de Avellaneda se ha tomado de la edición de Martín de Riquer, Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, 3 vols.

2. Los trabajos fundamentales sobre la elaboración de la Primera parte se deben a Geoffrey Stagg: «Revision in Don Quixote Part I», en Studies in Honour of I. González Llubera, ed. Frank Pierce, Oxford, 1959, pp. 347-366 (traducción española, «Cervantes revisa su novela», Anales de la Universidad de Chile, CXXIV, 1966, pp. 5-33); «Sobre el plan primitivo del Quijote», en Actas del Primer Congreso Internacional de Hispanistas, ed. Frank Pierce y Cyril A. Jones, Oxford, 1964, pp. 463-471. Las conclusiones de Stagg han sido revisadas y ampliadas por Robert M. Flores en «Cervantes at Work: The Writing of Don Quixote, Part I», Journal of Hispanic Philology, III (1979), pp. 135-150. José Manuel Martín Morán, en El «Quijote» en ciernes: los descuidos de Cervantes y las fases de elaboración textual, Dell’ Orso, Turín, 1990, ha estudiado las inconsistencias narrativas de la obra como indicio de sus fases de construcción. Sobre la división en capítulos de la Primera parte es indispensable el estudio de Raymond S. Willis, Jr., The Phantom Chapters of the «Quijote», Hispanic Institute in the United States, Nueva York, 1953. El papel de Cide Hamete se estudia en el atículo de Robert M. Flores «The Rôle of Cide Hamete Benengeli», Bulletin of Hispanic Studies, LIX (1982), pp. 3-14. Por último, la cita de Otis H. Green pertenece a «El ingenioso hidalgo», Hispanic Review, XXV (1957), pp. 175-193.

3. La única propuesta de conjunto sobre las fases de elaboración de la Segunda parte se encuentra en Luis Andrés Murillo, The Golden Dial. Temporal Configuration in «Don Quijote», The Dolphin Book, Oxford, 1975, pp. 102-110, que puede completarse y compararse con las hipótesis de Daniel Eisenberg en «El rucio de Sancho y la fecha de composición de la Segunda parte del Quijote», Nueva Revista de Filología Hispánica, XXV (1976), pp. 94-102, y, de forma más general, en A Study of «Don Quixote», Juan de la Cuesta, Newark, 1987, pp. 135 y 173. Asimismo, es de interés el análisis de las anomalías narrativas realizado por José Manuel Martín Morán en El «Quijote» en ciernes: los descuidos de Cervantes y las fases de elaboración textual, Dell’ Orso, Turín, 1990, pp. 199-225. Joseph Sanchez, en «A Note on the Date of Composition of Don Quijote», Hispanic Review, IV (1926), pp. 375-378, ha destacado y evaluado la mención del Quijote en El caballero puntual de Salas Barbadillo. Estudian la influencia entre Avellaneda y Cervantes, y su efecto sobre la composición de la Segunda parte, Ramón Menéndez Pidal, «Un aspecto en la elaboración del Quijote», en De Cervantes y Lope de Vega, Espasa-Calpe, Madrid, 1940, p. 60, n. 6; Stephen Gilman, Cervantes y Avellaneda. Estudio de una imitación, El Colegio de México, México, 1951, pp. 167-176; Martín de Riquer, prólogo a Alonso Fernández de Avellaneda, Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, vol. I, pp. XXXV-XXXIX; Nicolás Marín, «Camino y destino aragonés de don Quijote», Anales Cervantinos, XVII (1978), pp. 53-66, y «Reconocimiento y expiación. Don Juan, don Jerónimo, don Álvaro, don Quijote», en A. Gallego Morell, A. Soria y N. Marín, eds.Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, Universidad de Granada, Granada, 1979, II, pp. 323-342; y Carlos Romero Muñoz, «Nueva lectura de El retablo de maese Pedro», en Actas del Primer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Anthropos, Barcelona, 1990, pp. 95-130, y «La invención de Sansón Carrasco», en Actas del Segundo Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 27-69. El artículo de Robert M. Flores «More on the Compositors of the First Edition of “Don Quixote”, Part II», Studies in Bibliography, XLIII (1990), pp. 272-285, supone un intento de explicar las incoherencias narrativas del capítulo 45 desde la bibliografía material. Las citas de la continuación de Avellaneda se dan por la edición de Martín de Riquer.