APÉNDICES: La Lengua del Quijote: Rasgos Generales

APÉNDICES: La Lengua del Quijote: Rasgos Generales

Por Juan Gutiérrez Cuadrado

Introducción

Al leer el texto del Quijote, nos llama especialmente la atención un conjunto de palabras y frases que comprendemos, pero que no se ajustan a nuestros hábitos lingüísticos actuales, bien por su forma gramatical, bien por su significado o simplemente por su ortografía. También nos chocan otras palabras y algunas frases que ya no se entienden sin una explicación particular. No debe creerse sencillamente que todos esos rasgos sean solo propios de Cervantes. Por ello, al menos podemos preguntarnos qué usos cervantinos estaban en perfecta sintonía con los de la mayoría de los escritores contemporáneos suyos; cuáles miraban más al pasado, cuáles se proyectaban al futuro; qué otros, de entre los que asoman a su texto, están corrompidos por impresores o correctores, cuáles corresponden realmente a sus hábitos, sin duda relativamente heterogéneos por formación, quizá poco académica, por vivencias variadas a lo largo del tiempo y de la geografía; cuáles, por fin, son difíciles de explicar.

Es diáfano que Cervantes está preocupado continuamente por la explotación estilística de la lengua. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, hay que advertir que la del Quijote corresponde sustancialmente a la de la época en que vivió su autor, la segunda mitad del siglo xvi y el principio del siglo xvii. Por ello, en el Quijote compiten formas lingüísticas tradicionales con otras más modernas, como en tantos textos y autores de entonces.

En ese sentido, es fundamental advertir que hacia 1600 eran todavía muchos los usos que oscilaban entre distintas posibilidades: cabía decir invidia y envidia, podimos y pudimos, trujo y trajo, recebí y recibí, andaba una manada de jacas y andaban una manada de jacas, y todas esas y multitud de otras vacilaciones, algunas de las cuales iremos señalando, se sentían en general como igualmente legítimas y se empleaban indiferentemente. Esa común indiferenciación afectaba también, desde luego, a autores y tipógrafos, y, así, no solo está abundantemente documentada en los autógrafos cervantinos, sino asimismo en los correctores y cajistas de la imprenta en que el Quijote se publicó por primera vez. Quiere ello decir que ante varias formas que alternaban entre sí (por ejemplo, mesmo y mismo) los impresores no se sentían obligados a respetar la que en cada caso aparecía concretamente en el original que tenían a la vista, ni tampoco se preocupaban de alterarla siempre de una manera uniforme: escribían con la misma libertad e indeterminación con la que hablaban. Difícilmente, pues, podremos estar nunca seguros de que Cervantes puso respeto y no respecto, el color y no la color, etc.etc., en un determinado pasaje de la novela.

Parece evidente que los rasgos más característicos de la lengua de Cervantes deben atribuirse no tanto a una gramática o a un léxico específico cuanto a la recreación literaria y retórica de los materiales lingüísticos que manejaba. Pero ahora, para facilitar la lectura, nos limitaremos a esquematizar los rasgos del Quijote que más pueden sorprender a un lector actual.

I. Ortografía

1. Como en los demás textos de los siglos xvi y xvii, abundan las divergencias con la manera actual de escribir y, probablemente en muchos casos, de pronunciar. Es muy frecuente que en todos los escritos aparezcan palabras distintas de la norma actual en las vocales inacentuadas. No debe pensarse que se trata de vulgarismos. Sencillamente, es una característica de la lengua clásica, que todavía no se había normalizado en este aspecto. Hasta finales del siglo xviii no se decide la norma escrita por una de las formas que se pronunciaban. Actualmente las formas que no son normativas nos producen la sensación de vulgarismo o rusticidad, pero no sucedía eso en el Siglo de Oro. Entonces las formas que hoy no se admiten como cultas alternaban con las que se han impuesto.

La razón es que las vocales inacentuadas se articulaban ya en latín con menor intensidad que las acentuadas y confundían su timbre en diverso grado. Por eso, en algunas lenguas románicas las vocales inacentuadas se confunden a menudo en el mismo sonido (e en francés) o confluyen en varios (en catalán oriental las vocales o, u inacentuadas se confunden en u y la vocal media a y la palatal e se confunden en una e neutra). En algunos dialectos del español y en el español vulgar también las vocales inacentuadas tienden a confundirse por diferentes causas, que no pueden detallarse aquí (ancina/encina, siñor/señor, bueno/buenu). No es de extrañar que aparezcan todavía en el Quijote formas como cerimonia/ceremonia, escrebir/escribir, invidia/envidia, monesterio/monasterio, lición/leción, etc. Por las mismas razones, algunas palabras presentan también una vacilación en la vocal acentuada que procede del resultado de un hiato. Son formas que vacilan ya desde la Edad Media entre mantener el hiato o decidirse por una u otra vocal. Así sucede con mesmo/mismo (en la Edad Media, meismo, a veces), todavía hoy en la lengua popular mesmo; maese mantiene el hiato, normal en el caso de que se encuentre la vocal a en el grupo, frente a la reducción, más rara en esta ocasión, mase.

2. En algunas palabras se conserva una –e final, normalmente por tratarse de términos cultos o por arcaísmo literario (son frecuentes en los textos jurídicos o poéticos del Siglo de Oro): «Cide Hamete»/Cid, interese/interés (alternancia normal en este cultismo), felice/infelice, frade (arcaísmo-dialectalismo usado para caracterizar un uso del oriente peninsular), val («val de las estacas») en vez de valle es también un arcaísmo, porque el singular de esta palabra se rehízo sobre el plural, como el de cael (valles/valle, calles/calle).

3. En muchas palabras con grupos de consonantes interiores se habían producido modificaciones en esos grupos en la etapa que va desde el latín hasta el español medieval. Sin embargo, muchas otras que entran en el español a finales de la Edad Media conservan el grupo de consonantes latino. Se planteó entonces el problema de cómo adaptar los grupos de las nuevas voces al español. En algunos casos incluso se encuentran dobles formas: una tradicional, con una consonante resultado del antiguo grupo (en el que normalmente había una c) y otra culta, más moderna, con un grupo de dos o de tres consonantes o simplemente con una consonante diferente de la que había producido el grupo en la Edad Media. Así, por ejemplo, el latín octuber evolucionó en la Edad Media a ochubre, pero también mantenía la solución culta octubre, que es la que ha triunfado, y la solución otuber, que se ha perdido, como otras formas en el Siglo de Oro. Probablemente durante todo el Siglo de Oro la pronunciación vacilaba en muchos casos entre diferentes posibilidades y quizá también lo hiciera la ortografía.

Algo parecido sucede hoy: la Real Academia Española permite escribir septiembre o setiembre, pero muchos hablantes siempre pronuncian setiembre, algunos pocos solo septiembre, y muchos otros, setiembre o septiembre, según hablen en situaciones coloquiales normales o en momentos enfáticos (discursos, clases públicas, etc.). La Academia regularizó en el siglo xviii la ortografía y se decidió la mayor parte de las veces por los grupos de dos consonantes: doctor, lector, rector, ignominia. En el Quijote se pueden encontrar, sin embargo, ejemplos que demuestran cómo varias normas todavía luchaban con fuerza por imponerse en la lengua: aceptar/acetar, efeto/efecto, aspeto/aspecto, asumpto/asunto, excepto/eceto; letor/lector, repto/reto. En cambio: autores, concetos, dieta, carreta, corretor, escritor, escueto, respeto, sujeto. Pero acto, afectación, docto, doctrina, electo, efecto, octava, pacto, perfecta, plectro, práctica, traductores, otubre, afición.

En el mismo caso se encuentran las palabras con grupos cultos en los que aparece una n o una m (una nasal). Las reducciones populares compiten con el mantenimiento del grupo –mn– o –gn– o de otros grupos como –mpt– o –nst-: coluna, digno/dino, indigno, maligno y malino; solene, solenizar, significar, instante, prompta, asumpto, etc.

En otros casos también se mantienen las características latinas de las palabras cultas, como la x (que se pronunciaba como ks), en competencia con la reducción a s: excelente, examen. El mantenimiento del hiato de vocales iguales, al menos en la escritura, en palabras como comprehender, reprehender es un rasgo culto. Es probable que se trate de una manera de escribir que no refleja la pronunciación (existen formas como comprender, reprender). Lo mismo sucede con el mantenimiento de la b que cerraba una sílaba vocálica y era seguida de otra consonante. También es un cultismo latino proprio (que mantiene el consonantismo y el vocalismo latino).

Otros casos en los que aparece una ortografía diferente para un mismo sonido es el de las consonantes intervocálicas latinas –c + e, i– o –sc + e, i-. El resultado en español medieval se pronunciaba igual, se escribiera con –c– o con –sc-, un sonido antecesor de nuestra actual [s^]. Sin embargo, entraron otras palabras cultas desde el latín con –sc + e, i-. Es probable que algunas, por la influencia de la letra, se pronunciaran con sz. Esto explica que en un momento en el que la ortografía empieza a regularizarse, compitan soluciones populares tradicionales regulares como trecientos y docientos con las nuevas falsas regularizaciones, que triunfaron en algunos casos (doscientos, trescientos). Por eso, puede entenderse también que se mantengan grafías populares en cultismos como decender o diciplina en los que después se restablecerá la grafía culta sc. Las posibles explicaciones de muchas pequeñas divergencias siempre giran en torno a la aceptación de soluciones cultas (a veces fetichistamente guiadas por la ortografía) o al mantenimiento de los esquemas tradicionales, cultos o populares.



II. Morfología

En el Quijote, como en la mayor parte de los otros textos contemporáneos suyos, se documentan rasgos frecuentes de la lengua del Siglo de Oro que han desaparecido después y, también, se leen algunos arcaísmos a punto de desaparecer. Hay que tener en cuenta que hoy se conservan algunas formas gramaticales de aquella norma tradicional en zonas marginales del castellano (áreas geográficas del leonés o aragonés), o en capas populares, y que algunos elementos normales en el Siglo de Oro pueden parecernos hoy dialectales o vulgares o arcaicos, pero entonces no indicaban necesariamente ninguna de estas características; formaban parte de las varias tendencias que luchaban por configurar una norma, diferente de la actual, es cierto, y más débil, en cuanto que disponía de menos medios de coacción, pero nada más.

4. Género de los sustantivos. En un esquema parecido al actual hay que notar:

4.1. En los sustantivos referidos a cosas el género es una concordancia arbitraria, que depende del género que tenía en latín la palabra de donde proceden o de la terminación. Por ello, la norma clásica era a veces diferente de la actual o, por ello mismo, en otras lenguas románicas los mismos sustantivos derivados del latín tienen diferente género que en español: a) sustantivos con las concordancias femeninas que tenían en latín: costumbre, estambre, lumbre, mansedumbre, pesadumbre, vislumbre, fraude, puente, reuma; además es femenino azumbre (arabismo que ya admitía concordancias masculinas y femeninas en la Edad Media, como hoy, aunque según la Real Academia se usa más como femenino; admiten hoy también doble concordancia estambre, reuma y puente, aunque se usan más con las masculinas; fraude sólo admite concordancias masculinas). b) Sustantivos de origen culto que conservan las concordancias masculinas, al contrario de lo que sucede en la actualidad: hipérboles, tribus, frasis. c) Sustantivos que admiten concordancias masculinas o femeninas: fin, pero casi siempre la fin del mundo; color, dote, mar (todavía hoy se acepta la doble concordancia para este último).

4.2. En algunos sustantivos que se refieren a personas predominan todavía —al contrario de lo que sucede en la actualidad— las concordancias femeninas impuestas por la etimología o por la terminación: camarada, centinela, fantasma, guarda, guía. Admite concordancias masculinas o femeninas espía.

5. Número

5.1. En los sustantivos en –í predomina el plural en –íes (rubíes, síes, alhelíes, jabalíes). Sin embargo, también zoltanís y cianíis, hoy extraño. Es normal que aparezcan en plural los nombres propios: Quijotes, Belianises, Amadises, Cides…

5.2. Algunos sustantivos, formalmente con aspecto de plural, todavía conservan el sentido singular de la forma original latina. Así, pechos, la mayoría de las veces se comprende mejor si se piensa en el pecho, en singular. Lo mismo sucede en varias ocasiones con tiempos (‘tiempo’): «la locura le venía a tiempos» significa ‘de tiempo en tiempo, de vez en cuando’.

5.3. La forma de plural con significado de singular enfático o expresivo aparece normalmente también en algunos sustantivos que tienen plural en cuanto a la forma, pero no en cuanto al sentido. Así, hacer las paces (expresión todavía usada con el significado de ‘hacer la paz’); carnes (plural con sentido singular referido a las personas). Lo mismo puede afirmarse de fuerzas o del uso del plural infiernos, equivalente al más abundante infierno, en singular.

6. Entre los sufijos merece la pena destacar el empleo relativamente frecuente que hace Cervantes del superlativo –ísimo, considerado un rasgo culto en el siglo xvi. Son ejemplos del Quijote: acendrasísimo, archidignísimo, invictísimo, lucidísimo, mohinísimo, perfetísimo, quijotísimo, simplicísimo, valentísimo. Otros autores han destacado también la debilidad que muestra Cervantes por –il con sentido humorístico: venteril, bosqueril, condesil, etc. Desde luego está claro que el autor del Quijote, como los grandes escritores del Siglo de Oro, es un maestro para aprovechar la sufijación.

7. El artículo. En el Quijote se refleja la situación normal del Siglo de Oro. El artículo arcaico femenino el < il(la) no sólo se emplea regularmente ante los sustantivos femeninos que empiezan por á– , de acuerdo con la norma moderna, sino que aparece también a menudo, como hasta el siglo xvi, ante un sustantivo femenino que empiece por cualquier vocal. Así, podemos señalar el + á– por un lado y la + vocal inicial por otro, de acuerdo con la norma contemporánea actual (el agua, el ave fénix, el ama, el ánima, el arte mágica, el alma, o la armazón, la albarda, la adarga, la aldea, la ausencia, la autoridad, la Andalucía, la alcuza, la acémila). Sin embargo, también se encuentran vacilaciones procedentes de la etapa medieval de la lengua que han perdurado entre las capas populares con escolarización insuficiente: el aurora, al aurora (con la norma moderna debería ser a la aurora), la ama, del aldea, al aldea, el azada, el ayuda de Dios, el autoridad, el albarda, la habla, el adarga, el aldegüela, al Andalucía, el ausencia, el alcuza, el acémila.

8. Adjetivos. Es normal y frecuente que varios adjetivos que se apocopan en la actualidad cuando se anteponen, aparezcan sin apocopar en el Siglo de Oro. El Quijote no es una excepción. Así, grande, antepuesto, es muy frecuente: al lado de gran pedrada y gran crédito se encuentran grande parte, grande blasfemia, grande artificio, grande escrutinio, grande tropel, grande hombre, etc. También aparecen primero conde, el primero molino, primero trance, primero movimiento (aunque la primer palabra) y tercero cargo.

9. Todavía se documentan en el Quijote algunos demostrativos que se usaban en la Edad Media y desaparecieron después. Refuerzan su forma añadiendo en cabeza un derivado de la partícula latina accu, como lo hacía el demostrativo de tercera persona: accu ille > aquel. Sin embargo, así como en este caso el refuerzo servía para distinguir el pronombre de tercera persona él del demostrativo aquel, en los demostrativos el refuerzo no era necesario y no es extraño que desapareciera: aqueste, aquesta, aquestos; aquesos, aquesa. En el Quijote estas formas son escasas, caracterizan el lenguaje desusado y están en regresión frente a las formas que han llegado hasta la actualidad: este, esta, estos, esos, esa

10. Indefinidos y cuantificadores (adjetivos, pronombres o adverbios). Las cuestiones más dignas de mención desde la perspectiva formal son las siguientes:

ál
(‘otra cosa’) Pronombre ya arcaico, muy escaso: «de ál que de serviros»; «de pacer que de ál»; «en ál estuvo que».
alguno/-a
Como adjetivo aparece pospuesto con frecuencia y, muy a menudo, se usa donde hoy se usaría ‘ninguno’, porque en la frase existe alguna clase de negación: «ni otras jarcias algunas» (‘ningunas’). Sin embargo, actualmente es más raro que aparezca antepuesto al sustantivo en esta construcción: «sin hablar alguna palabra» (‘ninguna’); «sin que le moviese algún encantador escondido» (‘ningún’); etc.
cada
Funciona como el adjetivo moderno con carácter distributivo («cada plana», «cada uno», etc.) pero, además: a) como pronombre pleno, en un uso medieval ya escaso en Cervantes: «que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados en dineros» (‘fueron cada uno’); bcada + artículo indeterminado + sustantivo, normal también en otros escritores del Siglo de Oro, hoy desaparecido: «para cada un libro»; ccada y cuando (‘siempre que’) es construcción típica cervantina: «cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo…».
sendos
Adjetivo poco frecuente, utilizado con el sentido distributivo normativo de ‘uno cada uno’: «sendos paternostres y sendas avemarías».
quienquiera
Aparece sustantivado en «algún quienquiera» (‘algún cualquiera’).
cualquiera
Como adjetivo, aparece antepuesto o pospuesto al nombre al que complementa. Antepuesto alterna con cualquier: «cualquiera ministerio»; «cualquier caballero andante». El plural es cualesquier/a: «cualesquier justicias» (como adjetivo); «cualesquiera que…» (pronombre).
persona
(‘nadie’) Indefinido de escaso uso, común a varias lenguas románicas: «una noche salieron del lugar sin que persona los viese».

Es importante advertir que, al contrario de lo que sucede en otras obras del Siglo de Oro, el Quijote no admite los pronombres indefinidos que ya Correas consideraba antiguos, desusados o rústicos, como roviñano, quillotro.

11. Relativos. Lo más llamativo es la forma quien, invariable de acuerdo con la etimología latino-vulgar, que se puede referir a antecedentes que aludan a personas o a cosas, singulares o plurales, masculinos o femeninos: «desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla»; «bálsamo … de quien tengo la receta»; «siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados»; «libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles».



12. Verbos

12.1. Ya son escasos los pretéritos indefinidos irregulares procedentes de la Edad Media, que todavía no aparecen regularizados o sistematizados según la norma actual. Como es sabido, en la Edad Media, como resultado de los perfectos latinos en –ui (tipo habui) se encontraban los perfectos medievales ove (‘hube’), sope (‘supe’), yogue (‘yací’), plogo (‘plugo’) y puse, pude. En la Edad Media, los que tenían –u– arrastraron a los otros y la competencia duró hasta el Siglo de Oro (alternaban uvo/ovo, tuvo/tovo, supo/sopo, plugo/plogo). A finales del siglo xvii en el español normativo predominaba en todos la –u-. Los perfectos con –o– quedaron reducidos a zonas rústicas o dialectales. En el Quijote, en algunos casos, las formas en –o-, indudablemente más desusadas, se ponen en boca de ciertos personajes para caracterizar su lengua como arcaica o rústica: podimos/pudimos, hubo/hobiese-hubiese. Otro grupo de perfectos fuertes latinos, en –xi, están representados por dije, conduje… Conviene destacar el caso de traer: truje, hoy rústico, era normal en el Siglo de Oro, mucho más frecuente que trajo. En realidad, la forma troje/truje se debe a analogía o imitación de los verbos antes comentados. La forma con a se debe, sin embargo, a la analogía con el infinitivo traer. Vido (‘vio’) es una forma medieval (que conserva la –d– del latín).

12.2. En el presente compiten las soluciones etimológicas tradicionales (caya, que se comportaba como si fuera cadeo, o vala) con las formas que aceptaban una –g– por analogía con verbos que la tenían en el presente como hago, haga o yergo, yerga. Así aparecen las formas tradicionales sin –g-, con las más modernas con –g-: caya, cayas, cayan/caiga, caigan, caigas, caigo. De igual manera, oya, oyan, oyas/oiga y válame, válate, en juramentos, y valgame, valga, valgan, válgate, valgo. Predominan etimológica o analógicamente en diversos grupos las formas con –g– (avenga, atenga, contenga, convenga, detenga, desfaga, disponga, haga, mantenga, tenga, traiga, venga), aunque perduren soluciones etimológicas en fuyades, fuyáis, fuyan; vaya, vayas, vayan. También se conservan las formas etimológicas del subjuntivo del verbo ir en vamos, vais (‘vayamos’, ‘vayáis’).

12.3. Los presentes de los verbos incoativos procedentes de los latinos en –scere (los que indican el principio de un proceso y conjugan la primera persona del presente como aborrezco) son ya como los modernos, pero en algún caso aparecen formas populares como redúzgase, traduzga, prazga, restos medievales de la confusión entre los dos paradigmas de verbos: acondugo, conduces, yago, yaces no eran incoativos y toman la forma incoativa en la primera persona y en subjuntivo y pasan a conduzco, conduzca y yazco, yazga, como los incoativos; b) pero, a su vez, conserva sus formas tradicionales la conjugación de los modelos tan extendidos con –g– en el presente: haces, haga paralelos a reduces, redúzgase; traduces, traduzga. Predominan, sin embargo, las formas típicas de los incoativos como aborrezco, agradezca, agradezco, amanezca, apetezco, conozco, conozca, favorezca, merezca, mezcla, obedezca, parezco, ofrezco.

12.4. Todavía aparecen algunos imperativos aislados arcaicos tipo andá (‘andad’); coméme (‘comedme’); va (‘ve’, de ir), que son, sin embargo, las formas normales cuando el verbo va agrupado, seguido del pronombre de segunda persona plural os: levantaos.

12.5. Formas alternantes del verbo haber, como habemos y hemos por habéis/heis eran normales en el Siglo de Oro. Era frecuente que cuando se usaba como verbo pleno aparecieran las formas habemos, habéis (habemos un hijo) y como auxiliar aparecieran las formas reducidas (hemos tenido un hijo). Al perderse casi por completo en el Siglo de Oro el uso de haber como verbo pleno (se prefiere definitivamente tener), es normal que desaparezcan también las formas plenas. Hoy se usan como auxiliares en algunas zonas dialectales o vulgarmente (habemos venido tarde).

12.6. El futuro y el condicional son ya los actuales, pero aparecen todavía separados formalmente, como en la Edad Media, en refranes tradicionales o en algunas construcciones con un complemento átono pronominal, normalmente con intención de marcar la expresión rústica o arcaica del personaje. Recuerdan así su origen perifrástico latino, el infinitivo de un verbo, seguido del presente o del imperfecto de otro auxiliar (cantare + habeo > cantar + he): «tomaros he yo»(‘tomaréos yo’); «amarraros he a un árbol» (‘amarraréos a un árbol’); «ayudarte he a subir» (‘ayudaréte’); «comeros han moscas» (‘os comerán’); «paparos han moscas»(‘os paparán’); «serlo has mío» (‘seráslo mío’); «serles ha sano» (‘seráles’); «sacarte ha de cuidado» (‘sacaráte’); «verla ha por vista de ojos» (‘verála’); «agradecérselo hemos»‘agradecerémoselo’. Este tipo de construcción ya era muy rara a finales del siglo xvi.

12.7. El pronombre que se junta al final del verbo para formar con él una palabra (pronombre enclítico), en el imperativo, como arcaísmo, con poca frecuencia y normalmente en los diálogos, cambia de lugar su consonante con la final del verbo (metátesis): hacelde (‘hacedle’), leelde (‘leedle’), pedilde, asilde, decildo, imaginaldo, miraldo, veldo (‘vedlo’).

12.8. En la segunda persona del singular del pretérito indefinido alternan las formas con –s y sin –s (analogía/etimología): trocaste, trujiste, tuviste, venciste, viniste, viste/cantastes, distes, etc… Actualmente las formas con –s son dialectales o vulgares. Hay que tener en cuenta que la –s es la marca de segunda persona ( tú amas, tú buscabas, etc.) y, por tanto, es comprensible que la analogía alterara la segunda persona del indefinido, sin –s por su origen. Sin embargo, la norma se decidió por las formas etimológicas, más prestigiadas.

12.9. La segunda persona de plural de los tiempos verbales tenía en latín una –t– que había evolucionado a –d– en castellano medieval. Desde muy temprano, en las formas con acentuación llana la –d– se perdió: amades pasó pronto a amáis y temedes a teméis. Sin embargo, esta evolución fue más lenta en los tiempos esdrújulos. En estos todavía en el Siglo de Oro se conserva la –d– < –t– etimológica medieval: aguardábades, alcanzáredes, alcanzásedes, amábades, érades, estuviésedes, fuérades, habíades, hubiérades, hubiéredes, íbades, po díades, pudiéredes, pusiéredes, quedásedes, quisiéredes, quisiésedes, supiérades, supiésedes, tardáredes, temíades, teníades, tocárades, veríades, viéredes, volviéredes, etc.

12.10. Una representación ya escasa (arcaísmo evidente, como se desprende de lo que hemos indicado en el punto anterior) es la de las formas de la segunda persona de plural de los tiempos no esdrújulos que conservan la –d-: acuitedes (que alterna con acuitéis); fuyades (que alterna con fuyáis); habedes, hayades (que alterna con hayáis); ides, mostredes, queredes, sepades, veredes.

12.11. En los infinitivos seguidos de un pronombre de tercera persona se produce la asimilación r+l > ll, que estaba muy extendida en la poesía y en el teatro, aunque era más rara en los escritos jurídicos de finales del siglo xvi o principios del xvii. En el Quijote compiten formas sin asimilar (verla, decirle) con otras asimiladas, bastante numerosas: averiguallo, comunicallo, echallo, decillo, vello, acaballa, ponella, vella, acaballe, armalle, escribille, velle, etc.

13. Adverbios y preposiciones. Como es de esperar, del Quijote están ausentes algunas formas que se mantenían todavía en Castilla la Vieja o en autores de la primera mitad del siglo xvi. Ya no aparecen aquende, arriedro, cabe, consuno, cras, dende, embargante, ende, estonces, entuences, estuences, mediante u onde. Tampoco se documentan algunas tan aparentemente cotidianas como a hurtadillas, adrede, (de) antemano, enfrente, pasado mañana; ni, a pesar de las parodias cervantinas del estilo jurídico, adverbios como maxime. En cambio, en continente, que aparece una vez, refleja la locución adverbial latina in continenti.

En otros adverbios se nota todavía la rivalidad entre formas tradicionales —que hoy consideramos arcaicas, pero que eran normales en el Siglo de Oro— y formas modernas; otras veces, por último, ya sólo aparecen las formas modernas. Esquematizamos todos estos casos:

13.1. Tiempo

adelante
Puede tener valores espaciales y temporales: «De aquí adelante»; «de hoy en adelante».
agora
Compite esta forma todavía con la más moderna ahora, mucho más frecuente.
antaño
(‘en otro tiempo, antes’) Aparece pocas veces, algunas en refranes.
antes
Adverbio predominante frente a denantes, escaso.
hogaño
(‘en este año’) Aparece pocas veces, casi siempre en refranes.
luego
A veces equivale a ‘después’, pero a menudo tiene el significado de ‘en seguida, al punto, en aquel mismo instante’. No es raro que aparezca reforzado en este sentido en la construcción: «luego al punto», «luego al momento». Otras veces tiene valor consecutivo ‘por consiguiente’, ‘por tanto’.
temprano
Poco usado todavía: «aún es temprano», «por llegar temprano a la aldea», «acostárase temprano» (véase su competidor entre los de modo: presto).


13.2. Lugar. Más interesante que la forma resultan los usos funcionales de este grupo. No se distinguen casi los de movimiento de los estáticos (adonde/donde), algo que todavía observa la Gramática de la Real Academia Española. También hay que notar que se posponen al sustantivo al que se refieren con más frecuencia que ahora, en construcciones como prado arriba, cuesta abajo, etc.:

abajo
Llama la atención el sintagma: «de medio abajo desnudo» (‘de medio cuerpo abajo’).
allende
(‘lejos’, ‘en otras tierras’) Ya en decadencia: «cuando en allende robó aquel ídolo».
arriba
«De arriba abajo» (‘todo’); «de medio [cuerpo] arriba vestido».
ayuso
(‘abajo’) «De Dios en ayuso, no os entendemos» (el cura en conversación con Teresa Panza utiliza el único ejemplo de este arcaísmo).
desuso
(‘arriba’) Claro arcaísmo jurídico del privilegio de impresión.
derredor
(‘alderredor, enderredor’) Forma tradicional, en claro retroceso ya frente a la más moderna alrededor.
encima
También con el significado de ‘además’: «cuatro fanegas de cebada encima».
adentro
En construcciones tipo «la tierra adentro», «de mis puertas adentro».
dentro
Espacial: «entrar dentro», «por de dentro». También en sintagmas temporales: «dentro de hora y media»; «dentro de ocho días», como ahora.
acerca
Sentido de ‘en relación con, sobre’…
adelante
Sentido temporal y espacial.
delante
(delante o delante de: «delante de mí», «pasaron delante») Puede confundirse con adelante: «verás delante»; «los dejaron ir delante».
afuera
Expresa movimiento: «¡Afuera…!»; fuera indica movimiento o situación («de fuera»; «allá fuera»); defuera, situación («paja por defuera»); fuera de, fuera de que y fuera que tienen el significado de ‘excepto’.
aquí, allí, acá, allá
Expresiones con las que el hablante se descarga de responsabilidad: «allá se lo hayan», «allá se avenga»; acullá (es escaso y ya arcaico).
do
Interrogativo indirecto (por do, a do) y sus compuestos doquiera; por doquiera o dondequiera y adondequiera, de mucho menor uso que dónde interrogativo o donde relativo.

13.3. Modo: Expresiones modales como las actuales las encontramos en a deshora, a deshoras (no a destiempo); a tontas y a locas; a pies juntillas; a las primeras; a derechas (también a las derechas), cercen (también cercen a cercen); a ojos vistas; a gatas; de balde, en balde, de bóbilis, de repente, de espacio (no importa que se escriba separado).

acaso
(‘por casualidad, por azar’, opuesto a ‘por providencia’ o ‘de industria’): «entró acaso».
además
(‘en demasía’, ‘en exceso’): «en guisa de hombre pensativo además»; «caritativo además». También además de, además que.
ansí
En claro retroceso frente a así, muchísimo más frecuente.
apriesa
Forma tradicional y única. La moderna prisa no está representada.
asaz
(‘bastante’) Ya raro, como advertía Juan de Valdés, en el siglo xvi. Tiene uso adverbial y admite la construcción partitiva: «asaz de sufrido», «asaz de discretas».
barato
Adverbio: «de barato»; pero también «esperan barato».
contino
Forma escasa que cede ante el cultismo continuamente.
cuasi
cuasi delante») Forma cultista escasa frente a la normal y general casi.
excepto
Más frecuente que eceto, con parecido significado que salvo.
mente
Hay muchos adverbios diferentes en –mente formados con regularidad sobre adjetivos. Significados especiales parecen tener: malamente, demasiadamente (no aparece excesivo, ni excesivamente, ni en exceso); altamente (‘alto en la escala social’); finalmente (‘en fin, por fin, para acabar’; con el sentido actual de ‘por último’ se usa pocas veces). Final no aparece en el Quijote, aunque sí fin.
guisa
(se usan mucho más manera, modo) Ya está en desuso y aparece en algunos diálogos con intención arcaizante, en diferentes locuciones adverbiales y conjuntivas.
norabuena
(«acabe norabuena») Tanto este como su contrario son adverbios populares frente a en hora buena, que compite con otras fórmulas menos estereotipadas (en buena hora, en buen hora); noramala (también en hora mala, en mal hora).
presto
Es el adverbio característico del Quijote para indicar la inmediatez temporal; aína es un arcaísmo a punto de desaparecer; en seguida no se documenta todavía; pronto solo tiene uso adjetivo: «pronto para obedecerle», «pronto para serviros». Compiten con presto diversas locuciones formadas con punto: al punto, etc.
salvo
Concierta con el sustantivo como adjetivo: «salvo el mejor parecer».
so pena de
Locución jurídica, aparece en el Privilegio y también en alguna parodia de la lengua jurídica que introduce Cervantes.

III. Sintaxis

14. Concordancias sujeto-predicado. Muchos comentaristas se han referido a ciertas concordancias del sujeto y predicado que se consideran hoy anómalas en la lengua escrita. Algunos las juzgan propias de los autores del Siglo de Oro o, incluso, fenómenos comunes a varias lenguas románicas. Otros autores creen que obedecen a la genialidad del «ingenio lego» de Cervantes. Es probable también que a menudo nos las hayamos con simples erratas de los impresores, ya que la –n de las formas personales verbales es la que marca el sujeto de tercera persona de plural y, en este caso, no es difícil cometer un error si la nasal se representa, como era costumbre, por un simple trazo superpuesto a la vocal precedente. Sin embargo, en varias ocasiones debemos aceptar que Cervantes y otros autores del Siglo de Oro no seguían las normas actuales a la hora de redactar. Y, por fin, conviene también pensar en la responsabilidad de correctores poco escrupulosos y no muy cultos que estropearan el original. Los posibles casos son muy numerosos. Entre los principales y más frecuentes se encuentran los siguientes ejemplos (algunos de estos últimos podrían servir para varios apartados):

14.1. Sujeto singular y verbo en plural: a) El sujeto es un sustantivo o nombre con significado colectivo o que se refiere a realidades que constan de varios individuos, como manada, gente, tropel, rebaño (en otros autores sucede lo mismo con grupo, concejo, partida, cofradía, compañía, etc.): «Ordenó, pues, la suerte… que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas»; «una compañía de soldados: lleváronse de camino tres mozas»; «un numeroso rebaño de cabras, también mías» (en este caso el posesivo no concierta con el núcleo del sintagma, rebaño, y nos choca); «venían hacia ellos gran multitud de lumbres». b) El sujeto es un sustantivo singular, no colectivo, modificado por un complemento preposicional en plural: «aquel plato de perdices… no me harán algún daño». c) El sujeto es un pronombre indefinido seguido de complemento preposicional en plural, o un distributivo o un superlativo relativo: «cada uno en el puesto donde habían de estar»; «se fueron cada uno por su parte»; «véngase alguno de vuesas mercedes conmigo y verán con los ojos». d) El sujeto es un pronombre neutro: «Esto todo fueron tortas y pan pintado». e) El sujeto es compuesto, formado por un sustantivo en singular y un complemento preposicional: «la Muerte con todo su escuadrón volante volvieron a su carreta»; «Ese [libro]… con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de…». f) El sujeto es un infinitivo o frase que funciona como sustantivo: «¿Hanla de resucitar hacerme a mí veinte y cuatro mamonas?»; «Algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cuesten poco trabajo el buscalle». g) El sujeto forma parte de una oración atributiva, en la cual, como se sabe, a menudo la relación sujeto-atributo parece reversible: «un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes»; «Toda aquella gente de la procesión eran sirvientes»; «la gente que por aquí viene son seis tropas».

14.2. Sujeto plural y verbo en singular: a) Sujeto plural con complemento preposicional en singular: «Si las nubes del polvo… no les turbara y cegara la vista». b) Varios sujetos en singular, unidos por conjunción o yuxtapuestos, conciertan con el verbo en singular. El fenómeno es más frecuente si el verbo se antepone al sujeto (Bello censura esta concordancia si los sustantivos se refieren a personas): «el trabajo y peso de las armas no se puede llevar»; «¡Venga mi bacía y mi albarda…!»; «El traje, la barba, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente». c) En ocasiones la concordancia se hace en singular con la forma pronominal que podía ser singular o plural (por ejemplo, con alguna forma invariable de relativo, aunque su antecedente estuviera en plural) o con un pronombre neutro que sirve para recapitular una enumeración: «la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua…, todo causaba horror y espanto». d) Ciertas construcciones funcionan como si el verbo —en singular— fuera impersonal y lo que consideramos sujeto plural fuera un complemento directo: «No se os dé dos maravedís»; «Válgate mil satanases»; «también nos parió nuestras madres»; «De lo que quedó Camacho y sus valedores tan corridos» (este tipo de oraciones no son raras en otros escritores del Siglo de Oro).


15. Anacolutos. Los comentaristas decimonónicos se dedicaron a recolectar anacolutos (inconsecuencias o cambios bruscos de construcción sintáctica) en el texto cervantino, con un celo digno de mejor causa. Los anacolutos deben considerarse desde otras perspectivas: a) No son algo exclusivo de Cervantes; aparecen más o menos intensamente en muchos prosistas ilustres del Siglo de Oro (Santa Teresa, Mateo Alemán, Pérez de Hita, etc.). b) Es probable que algunos deban atribuirse a un pasaje estropeado por los editores, como hemos indicado para las concordancias que nos chocan. Otros párrafos del Quijote pueden tener una sintaxis extraña sencillamente por culpa de las erratas, pero quizá no es esta la única explicación del fenómeno que comentamos. c) Debe pensarse, también, que los anacolutos obedecen a veces a una organización sintáctica diferente de la actual. Esquematizamos los principales tipos de anacolutos que aparecen en el Quijote, porque es probable que no sirvan para todos las mismas justificaciones. En los primeros que presentamos, verdaderamente encontramos una dislocación sintáctica con la cual el autor focaliza o pone de relieve un elemento que aparece después en la frase. Este procedimiento es muy frecuente en el habla coloquial y se utiliza también mucho por los autores para convencernos de que lo que han escrito es un coloquio auténtico. También Cervantes a menudo utilizó el mismo procedimiento para convencernos de que leíamos la transcripción de un coloquio. Cuando el anacoluto aparece en boca del narrador, debe también ser examinado con cuidado, porque en español no escasean algunas construcciones que obedecen a parecidos impulsos lingüísticos, como señalan algunos gramáticos actuales: «El vestido de Ana, seguro que estaba mona con él». Los anacolutos que cambian más radicalmente la orientación sintáctica de una frase pueden deberse tanto a la tradición retórica clásica como a la torpeza de los editores.

15.1. Encabeza la frase un sustantivo o un pronombre con apariencia de ser el sujeto, pero, a medida que se desarrolla la frase, comprendemos que el sustantivo inicial, o el pronombre, debe funcionar como complemento directo de la frase para que tenga sentido lo que leemos: «La cual [Marcela], fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna»; «El sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo»; «Algunos huéspedes que aquí la han leído, les ha contentado mucho»; «Quien lo contrario dijere, le haré yo conocer que miente»; «El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad». Puede creerse que todos estos anacolutos desaparecen si consideramos que los posibles sujetos son complementos directos sin la preposición a, como podía suceder en el Siglo de Oro. En ocasiones, puede pensarse que la a está embebida («a algunos», ‘algunos’). Por fin, como se ve en los refranes («quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija»), puede pensarse en un relativo referido a persona, sin a, en función de complemento directo.

15.2. En otras ocasiones, el sujeto aparente inicial no funciona como complemento directo de la oración, sino que se conecta con ella a través de la referencia de un posesivo: «Las pastoras de quien hemos de ser amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres» (compárese: «tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras»).

15.3. Hay veces en las que el candidato a sujeto («el cual») se relaciona con su posible oración lejanamente por medio de referencias pronominales entre otras palabras ( «dél»/«castillo»). En este caso, el anacoluto es muy abrupto: «dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote, el cual, como llegó con la Duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos».

15.4. Suelen enumerarse otros anacolutos, difíciles de individualizar, que se relacionan en general con las siguientes cuestiones: repetición de conjunciones (que, y), repetición de diversas palabras o fragmentos de frase, construcciones extrañas, etc. En general, cada caso exige una explicación distinta. Es probable que algunas repeticiones se deban a fragmentos deturpados. En otros casos, son retóricas y no deben rechazarse, por más que nos disgusten.

16. Repetición de las conjunciones «que»,« y», «si».

16.1. a) Algunos autores han criticado la frecuente repetición de la conjunción que. Sin embargo, parece que su empleo introduce claridad en las largas parrafadas, por un lado; por otro, es un rasgo general del coloquio en español, y así figura en el Quijote: «¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga…?»; «Señor caballero…, suplico a vuestra merced… que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída… que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora»; «Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta que es encantado sin duda». b) Idénticas observaciones se pueden indicar para el qué interrogativo: «me preguntó que qué buscaba».

16.2. La repetición de la conjunción y puede obedecer a diferentes causas. En primer lugar, no hay que olvidar las posibles erratas. En segundo lugar, se toleraba la presencia de y en miembros oracionales mejor que en la actualidad. En tercer lugar, en algún caso, además de servir como copulativa tenía matices adversativos o consecutivos o servía para puntualizar (‘precisamente’), etc.: «y lo primero que hizo fue limpiar unas armas»… (‘precisamente, lo primero que hizo…’, ‘así, lo primero’…); «Le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo…» (la conjunción que hemos señalado en cursiva subraya la precisión temporal «en un punto»).

16.3. También puede repetirse la conjunción si, cuando es interrogativa indirecta, en condiciones parecidas a que (proporciona claridad o énfasis al discurso): «Este caballero quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva llamada de Montesinos, si fueron falsas, o verdaderas».

17. Referencias pronominales, elipsis, zeugma. En el Quijote, como en cualquier texto del Siglo de Oro, las elipsis (las omisiones de palabras que se entienden por el contexto o porque otras se refieren a ellas) son frecuentes. Era el gusto de la época. Cervantes empieza el capítulo cuarto de la Primera parte con la expresión: «La del alba sería», donde debe entenderse «hora», pues había acabado el capítulo anterior en «le dejó ir a la buen hora». Naturalmente que en el discurso los lectores podemos seguir el hilo, porque quedan múltiples índices, generalmente pronominales, que apuntan a los elementos desaparecidos, antes nombrados. Ejemplos: «Todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y versisímiles, pero esta [aventura] desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera». Quizá actualmente no nos agradan tanto estos procedimientos, pero no son extraños a la lengua. La extrañeza se produce porque en la frase de muchos escritores del Siglo de Oro las referencias eran más libres que en la actualidad. Ello dificulta a veces el entendimiento del texto. En el Quijote descubrimos:

17.1. El excesivo alejamiento entre un elemento de la frase y el pronombre que se refiere a él provoca ambigüedad, cuando menos. Así, en el prólogo se habla de la «historia de don Quijote» y bastantes líneas después de un morisco, a quien «por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda [la historia]»; «¿Quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no se ablandara o, al menos, hasta oír las que el triste y lastimado mancebo decir quería?».

17.2. No siempre alude el pronombre al mismo significado del elemento al que se refiere: «Por no estar mi padre en el lugar, le tuve de ponerme en el traje que ves». En esta frase, se menciona lugar con el valor de ‘pueblo’ y luego el pronombre le alude a lugar, en la estructura «tuve (lugar)» equivalente a ‘tuve ocasión’; «Os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras», donde cuento vale por ‘narración’ en primer lugar y luego, en «no le tiene», se refiere a través del pronombre «le» a ‘cantidad, número’ o, incluso, quizá, «mil millones». Estas referencias, diferentes semánticamente, pertenecen a la misma categoría gramatical, pero también el mismo pronombre puede referirse a una forma que encubra categorías gramaticales diferentes, como falta, por ejemplo, que es presente del verbo faltar y un sustantivo.

18. Doble regente y un único regido. Es frecuente en el Siglo de Oro, y en el Quijote sucede lo mismo, que una palabra que exige una preposición determinada unida a un complemento, se coordine con otra palabra que exige otra preposición diferente y las dos juntas con una única preposición rijan un único complemento. Es un procedimiento que critica la Real Academia Española, pero muy frecuente y normal en el lenguaje hablado: «Esta raza maldita, nacida en el mundo para escurecer y aniquilar las hazañas de los buenos y para dar luz y levantar los fechos de los malos» (se da luz a y se levantan los fechos: al unir las dos construcciones, desaparece el régimen preposicional de la primera); «¿Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes?» (la norma exige: «se pone lengua en las historias y se censuran las historias»; al juntar ambas construcciones, desaparece el régimen de poner lengua en); «Don Quijote defrauda … el amparo de los huérfanos… y otras cosas deste jaez que tocan, atañen y dependen y son anejas a la orden de la caballería andante» (esta serie de verbos con diferentes regímenes preposicionales no debe coordinarse; los verbos tocar, atañer y ser anejo rigen a, pero depender rige de).


19. Negación

19.1. Es normal que las oraciones completivas dependientes de verbos o frases que significan ‘temor’, ‘duda’, ‘prohibición’, ‘negación’ y similares aparezcan con no, aun en casos en los que ahora no se utilizan. Así sucedía en la Edad Media, así sucede en muchas lenguas y así sucede todavía en ciertas estructuras del español (hemos perdido la esperanza de encontrar ninguna solución, es decir, ‘alguna solución’): «Viendo Sancho que sacaba tan malas veras… con temor de que su amo no pasase adelante» (‘con temor de que pasase’); «se duda que no ha de haber» (‘que ha de haber’).

19.2. En la coordinación negativa se omite la partícula ni en el primer miembro cuando el verbo está pospuesto o lleva negación: «El necio en su casa ni en la ajena sabe nada» (‘ni en su casa ni en la ajena’); «Sin ella en la tierra ni en el cielo» (‘ni en la tierra ni en el cielo’).

19.3. Aparecen también no (‘tampoco’) y, junto o separado, nonada (‘nada’): «También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo»; «Debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados».

20. Conjunciones. En el Quijote ya no se usan algunas conjunciones medievales; aparecen algunas conjunciones hoy ya en desuso y, sobre todo, son frecuentes conjunciones actuales con valores diversos de los de ahora, de acuerdo con la norma de su tiempo. Comentamos las diferencias siguiendo la clasificación actual de la gramática:

20.1. Conjunciones coordinantes. Entre las coordinantes son de destacar las adversativas: mas, pero, sino. Mas y pero funcionan como en la actualidad. Pero: hay que destacar que pero también puede significar ‘sin embargo’, como el adverbio todavía (también aun todavía) en función de conjunción adversativa. Empero, poco abundante, también puede tener el valor de ‘sin embargo’, como pero, y entonces no puede encabezar frase («tirando de seis mulas pardas, encubertadas empero de lienzo blanco») o varía entre ‘pero’ y ‘sin embargo’. Sino aparece en adversativas dependientes de una negación explícita o implícita («no puede ser sino que…»; «aquellas que a ti te deben parecer profecías no son sino palabras»). A veces en oraciones afirmativas o preguntas: «¿Quién ha de ser sino el famoso don Quijote de la Mancha?».

Aparece con frecuencia la conjunción no que en vez de que no, no ya o no sólo: «Os ha de dar un reino, no que una ínsula».

La disyuntiva o aparece con frecuencia sin modificar en u ante palabras que empiezan por o-. Lo mismo sucede con la copulativa y, normalmente sin modificar en e ante palabras que empiezan por i-.

20.2. Conjunciones subordinantes:

aCausales

ca
(con el significado de ‘porque’) Es un arcaísmo claro que aparece una vez en boca de don Quijote para imitar el lenguaje caballeresco: «Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno».
porque
Normalmente es causal como en la actualidad en indicativo; con subjuntivo tiene valor final (‘para que’) con frecuencia: «pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante»; «le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado».
pues
Parece causal explicativa en las réplicas («pues yo…») y también parece causal para causas añadidas («Es, pues, de saber»), pero en este último caso y en otros varios tiene valor consecutivo y equivale a ‘por tanto, por consiguiente’. Se utiliza mucho para abrir los diálogos o para responder en plan polémico: «pues qué»; «pues estadme atento»…
puesto que
Puede aparecer con valor causal, pero es frecuente su valor concesivo, equivalente a ‘aunque’, con indicativo o subjuntivo: «Temía no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida»; «Que si el zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda apaleado aquel a quien dio con ella».
ya que
Aparece con los siguientes valores funcionales: a) Causal, equivalente a ‘dado que’; b) Concesivo (‘aunque’): «ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano»; «ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos»; «ya que coman, sea de aquello». Con este mismo valor, ya que no: «ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria»; c) Condicional (‘si’), aunque a veces oscila entre este valor y el concesivo: «ya que no la venganza, a lo menos…»; «ya que no me case, me han de dar una parte del reino»; «ya que del todo no quiera… dilátelo». d) Adversativo (‘a no ser que’): «si ya no era»/«es que»; «si ya no es que se quiere apear»; «si ya no fuese que el vencedor». e) Temporal (‘cuando’): «Ya que estuvieron los dos a caballo… llamó al ventero».

bConcesivas. Además de las conjunciones concesivas que hoy no funcionan como tales (cuando, puesto que, ya que) merece la pena destacar:

maguer
Es un claro arcaísmo, que sólo aparece algunas veces.
puesto caso
(con valor de ‘aunque’, en la actualidad desusado, no se usaba tampoco mucho en el Siglo de Oro): «A esto dijo el ventero que se engañaba, que puesto caso que en las historias no se escribía, … no por eso se había de creer que no los trujeron». Si (con valor de ‘aunque’): «no dejaré de ir a verla, si (‘aunque’) supiese no volver mañana al lugar». En el Quijote las más generales son aunque, como hoy, y puesto que.

cCondicionales. Además de las propias del Quijote, que no aparecen ahora (ya que, cuando, como), la condicional por excelencia, como en la actualidad, es si. Los esquemas son fácilmente inteligibles:

donde no
(=si no…): «Pon tú cuello en la gamella: / verás como pongo el mío. / Donde no, desde aquí juro…»

dConsecutivas

de modo… como
Hoy resulta rara: «Haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo».
tal… que
Donde tal funciona como pronombre, es también actualmente construcción más rara que si tal fuera adverbio o adjetivo.

eComparativas. La conjunción típica es como, aunque tiene diferentes valores: a) Comparativa. Entra en comparaciones de igualdad: tanto… como, también… como. Usa también Cervantes más… como (o más… sino), hoy más que: «Ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos… como la comedia». b) Temporal (‘cuando’): «como llegó, sonó». Valor temporal adquiere también en las locuciones así como (‘tan pronto como’, ‘en cuanto’): «Así como don Quijote los vio, dijo a su escudero…». c) Causal: como, como que. d) Tiene valor condicional, con subjuntivo (‘si’): «y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia»; «como ellas no fueran tantas…, fueran más estimadas»; «como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie». ecomo si + subjuntivo, construcción muy habitual en Cervantes. f) Interrogativa indirecta de modo, como en la actualidad. g) Véase también que, pues como la sustituye con frecuencia en el Quijote.

f) Temporales

apenas, apenas… cuando, apenas no
Poco usada hoy.
entonces… cuando, cuando
a) Valor temporal como en la actualidad. b) Valor concesivo (‘aunque’): «Cuando fuese verdad»… Hoy ya no se usa en este sentido.
después acá
(‘desde entonces acá’); después que (‘desde que’)…
entre tanto que
(=‘en tanto que’) No se usa actualmente.
luego que
(‘en cuanto’) «Luego que vio la venta se le representó que era un castillo…» (luego al punto, ‘luego en aquel instante’).
no bien
(‘apenas’)
ya que
(‘en cuanto’, ‘después que’) «Ya que estuvieron a caballo…».

gConjunción «que»

a) Es la conjunción subordinante por antonomasia, como en la actualidad, y puede desempeñar, en realidad, todas las funciones: final, causal, consecutiva. Quizá si se interpretara como causal en la siguiente frase, no sería necesario pensar en un anacoluto: «En esto, parece ser o que [porque] el frío de la mañana que ya venía, o que [porque] Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que [porque] fuese cosa natural —que es lo que más se debe creer—, a él le vino en voluntad y deseo de…»

b) Además es la introductora normal de las oraciones subordinadas sustantivas de sujeto o de complemento directo. En esta función es muy a menudo sustituida por como (con indicativo o subjuntivo). Era un uso muy generalizado en el siglo xvi, sobre todo en la primera mitad, y es muy típico también del Quijote: «Se dió orden como [‘que’] velase las armas».

21. Mezcla de estilo directo e indirecto. El paso del estilo directo al indirecto y viceversa, frecuente en el Quijote, es un recurso novelesco ponderado por bastantes autores. En el estilo directo, se supone que el autor reproduce exactamente las palabras de sus personajes. En el indirecto, él mismo refiere lo que los personajes dicen. En la mezcla cervantina, el narrador se permite hablar a veces como sus personajes, o los deja hablar sin deslindar explícitamente las palabras de los personajes de su propio texto. A los lectores contemporáneos, tan acostumbrados a la utilización del estilo indirecto libre en la novela moderna, no nos resulta ni extraño ni incomprensible tal procedimiento. Ejemplos: a) «Díjole don Quijote que contase algún cuento… a lo que Sancho dijo que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oía. [Aparece sin transición el estilo directo]. —Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias». b) «El cura y todos los demás se lo agradecieron y de nuevo se lo rogaron y él… dijo que no eran menester ruegos adonde el mandar tenía tanta fuerza. [Cervantes pasa sin interrupción al estilo directo] —Y así estén vuestras mercedes atentos y oirán un discurso verdadero».


22. Sintagma nominal. Las diferencias con la situación actual no son muy fuertes. Se conservan algunas construcciones arcaicas, hoy desechadas, porque todavía la norma moderna no estaba fijada.

22.1. Doble determinación. En el castellano medieval solía aparecer ante un sustantivo con posesivo el artículo determinado. En el español actual, un sustantivo aparece con posesivo, con numerales o con artículo, pero no a la vez con el artículo y los posesivos antepuestos. Esta construcción es hoy propia de zonas dialectales leonesas. En el Siglo de Oro todavía se mantenía, con valor arcaizante. En el Quijote aparece con posesivos: «el mi buen compatriote»; «la vuestra cortesía». También aparece el artículo antepuesto a numerales o indefinidos: «el un cabo», «con el un pie», «al un lado», «el un viejo», «el un ojo en el otro», «del un cabo, la adarga». Tampoco falta el artículo indeterminado ante posesivo o demostrativo, hoy rasgo arcaizante: «un mi criado», «un su amigo», «un su escudero», «una mi agüela».

22.2 Con numerales el artículo se emplea en construcciones partitivas en las que ahora no aparece: «los seis años [de dieciocho] ha estado en Salamanca» (‘seis años’).

Se omite en construcciones temporales del tipo otro día (‘al día siguiente’). Y se usa de una manera poco predecible con los sustantivos abstractos o no contables.

Algunos nombres propios que en nuestros días no exigen artículo aparecen con él: «El Andalucía». Asimismo se usan con artículo determinado algunos nombres propios, cuando ya se han citado en el discurso: «el Anselmo» (‘el dicho Anselmo’) y «el Lotario». También se utiliza el artículo con un vocativo, arcaísmo propio de poemas populares tradicionales: «madre, la mi madre» leemos en una letrilla.

22.3. Indefinidos. Poco frecuentes son demasiado, usado también en construcciones partitivas como «demasiado de bien», o harto.

mucho, ninguno, poco
Adjetivos, pronombres o adverbios, entran en construcciones partitivas: «muchos de los virreyes», «muchos de nosotros», «muchos géneros de animales», «ninguna de las maneras», «unos pocos de bigotes», «pocos o ninguno de los famosos varones». Ninguno puede anteponerse o posponerse (a diferencia de alguno que tiende a posponerse). Poco suele anteponerse.
otro
Adjetivo o pronombre, puede aparecer ante posesivo, construcción hoy dialectal o rural: «otro su grande amigo». Otro alguno tiene sentido negativo, ‘otro ninguno’.
todo/a
Se usa sin artículo: «todas cosas», «todas partes», «todas yerbas», aunque también aparece con artículo: «todas las veces», «de las ciencias todas». Lo mismo sucede ante numerales: «todas cuatro», «todos cinco». En cambio, «todas las cuatro partes», «todos los cuatro».

23. Pronombres personales

23.1. Fórmulas de tratamiento

vos
Para tratar a un interlocutor socialmente menos relevante, el que habla utiliza vos (el Rey en el privilegio de impresión para dirigirse al autor, don Quijote para dirigirse a los labradores). Otras veces el vos se utiliza entre personas de igual categoría (con mucha frecuencia, don Quijote lo usa con varios interlocutores). En ocasiones vos es empleado por don Quijote como fórmula de respeto y es un arcaísmo que imita el lenguaje caballeresco. En todos estos casos, vos debe concertar con la segunda persona de plural. Si no funciona como sujeto sino como complemento, la forma átona que se usa es os (excepto en algún caso de arcaísmo como vos lo digo) y la tónica, a vos, para vos, por vos, sin distinción de género (en cambio, las formas de complemento del plural vosotros/-as son os, la átona, y las tónicas a vosotros/-as, para vosotros/-as, con vosotros/-as).
Para tratar a un interlocutor con confianza, de igual a igual o de superior a inferior. Don Quijote tutea normalmente a Sancho.
vuestra(s) merced(es)
Fórmula de respeto. Es la que suele usar Sancho cuando se dirige a don Quijote.
vuestra excelencia
Es el título reservado a los grandes de España: así son tratados los Duques, el Duque de Béjar y el Conde de Lemos en las dedicatorias, etc. Además aparecen otra serie de títulos, con intención humorística en boca de Sancho (su altitudetc.).

23.2. En algún caso, él/ella sirven para aludir a otro interlocutor presente (como señalaba Covarrubias): «Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él?» (con V.M.); «…que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa que se la había de enviar a ella» (a V.M., madre).

23.3. Extraordinariamente raro es consigo por con él, quizá sólo hay tres casos. Ejemplo: «Yo apostaré que este buen hombre que viene consigo (=con él, con don Quijote) es un tal Sancho Panza».

23.4. Colocación. Actualmente los pronombres personales que se pronuncian inacentuados (me, te, se, le(s), la(s), lo(s), nos, os) aparecen en las oraciones o en los sintagmas —fragmentos autónomos de oración— tras el gerundio, el participio o el imperativo, formando una unidad con ellos (comiéndolo), pero empiezan la oración en otros casos (lo comeré mañana). En el español del Siglo de Oro —y en el Quijote se observa muy bien— rige, en parte, la norma medieval: los pronombres átonos no podían aparecer en el principio absoluto de una oración o tras pausa, y aparecían obligatoriamente tras el verbo, formando una unidad con él, a no ser que aquel estuviera precedido de otra palabra acentuada en el sintagma oracional. Por otro lado, hasta el siglo xiv tampoco los auxiliares haber o ser podían encabezar una oración o frase, ni aunque esta se iniciara con las conjunciones e (equivalente a y), mas. La norma medieval exigía, por tanto, frases como «oído lo habéis», «dicho selo había», «hízome el cielo», «¿vaste…?»… junto a frases hoy inaceptables con gerundio o infinitivo como «no lo siendo», «sin la responder», al lado de otras hoy aceptables como «no siéndolo», «sin responderla». En el Siglo de Oro el sistema medieval pierde fuerza, pero el moderno no está totalmente consolidado. Así, conviven estas tendencias: a) En principio de frase o tras una pausa, sólo se admite el pronombre pospuesto unido al verbo. Esta es la norma del Quijote: «a trueco de verme sin tan mal escudero, holgaréme de quedarme pobre»; «Humíllome, pues, a su presencia»; «juntéme con estos peregrinos». La unión del pronombre pospuesto al participio es un caso particular: véase el § 23.8. b) Todavía se aceptan, por otro lado, las anteposiciones de los pronombres como en la Edad Media, aunque sean escasas. Así, frases como «no lo comiendo», «sin la responder», «le hablad», se documentan en varios textos. En Cervantes, a veces aparecen algunos casos como estos con el imperativo y con los gerundios estando o siendo: «no me siendo contraria la fortuna», «nadie me tenga por discreto no lo siendo».

23.5. Todavía no está totalmente consolidada la doble referencia actual, en el caso de los pronombres personales inacentuados. Así, actualmente usamos a ti te toca, a Juan le toca, a tus hijos les han dado, etc., con dos formas del mismo pronombre (acentuada e inacentuada). En el Quijote no es raro que se omita esta doble referencia: «A ti, Sancho, toca» (a ti te toca); «A ti digo, ¡oh varón como se debe…!» (a ti te digo); «a mí no olvide» (a mí no me olvide); «A mi noticia ha llegado» (a mí noticia me ha llegado). Lo mismo en plural: «podía echar vuestra merced a mí y a mis hijos y a mi mujer toda una… (podía echarnos vuestra merced a mí…); «con lo que ha enviado a mi padre y a mí ha satisfecho bien la parte que él se llevó» (con lo que nos ha enviado a mi padre…).

23.6. Leísmo, laísmo.

Leísmo. El uso del complemento indirecto le (que sirve tanto para el masculino como para el femenino) como complemento directo masculino de persona (le en lugar de lo) aparece en castellano desde la primera época. En los siglos xvi y xvii está muy arraigado en la corte y es muy frecuente en el Quijote: «le (‘lo’) depositasen»; «le (‘lo’) desarmaban». Atención especial merece cuando el pronombre le está por un lo que se refiere a un objeto (leísmo de cosa, no de persona). Este leísmo es raro. También aparece en el Quijote: «te le dé»(donde el le no se refiere a una persona); «se le echó por todo el cuerpo» (un caldero); «me le tiene mandado mi amo»; «le toco con la mano» (un talego). También aparece el leísmo referido a animales: «Sancho Panza le acomodó de todo» (al rucio).

Laísmo. El uso del complemento directo femenino de persona la, en vez del complemento indirecto le, cuando tiene un referente femenino, es el laísmo. No es extraño al Quijote: «la [‘le’] han cortado la estambre de la vida»; «darla [‘le’] facultad y licencia»; «La [‘le’] habían tanta lástima como admiración de su desgracia».

Cualquiera de estos rasgos lingüísticos que se documentan en el Quijote, tanto el leísmo y laísmo, como el loísmo, indican que en el español los restos de los casos latinos conservados en los pronombres tienen menos importancia en la conciencia de los hablantes que la diferenciación de los géneros (la se usa también como complemento indirecto para asegurar la referencia femenina frente al masculino) o la diferencia entre personas (le se usa como complemento directo para asegurar la referencia de persona, frente a lo que también se refiere a cosas).

23.7. Le con referencias singulares o plurales. El pronombre de tercera persona le debía usarse siempre con referentes singulares y les con referentes plurales. Ahora bien, como demuestra Fernández Ramírez, siempre ha habido tendencia a utilizar la capacidad de referencia de le prescindiendo de si su referente es singular o plural. Beinhauer encuentra también este uso muy extendido en el habla coloquial. Es normal, por tanto, que en el Quijote aparezcan ejemplos de le con referentes plurales: «Son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen» (debía aparecer les).

23.8. Era muy frecuente que el pronombre pospuesto al participio absoluto formara una palabra con él (enclisis) en la Edad Media, como González Ollé ha estudiado. En las oraciones con ser y haber el pronombre debía aparecer después del participio, ya que en la Edad Media los auxiliares no podían encabezar grupo fónico. Así se extendieron los ejemplos como «oído lo habéis», «probado lo habéis», etc. El esquema se adaptó también a los casos en los que el participio no encabezaba el grupo fónico, o en los que el verbo con el participio no era ni ser ni haber: «ya probado lo habéis»; «abiertas las tenía». Aunque no muchos, no escasean los ejemplos en el Siglo de Oro. Es probable que en el Quijote algunos gerundios deban corregirse en participios con pronombre enclítico. La construcción era extraña y debió ser malinterpretada por los impresores con facilidad. En este caso, por ejemplo, hay que leer: «…y parecídole que aquella desenvoltura más era de dama cortesana que de reina de tan gran reino…». En el Quijote no faltan pronombres enclíticos con participio, algo normal todavía, aunque no muy abundante, en el siglo xviialzádole, acomodádose, asustádose, ausentádose, enviádole, examinádole, dádole, llevádole, metídome, mezcládose, pedídole, prevenídose, sacádole, traídole. Ejemplos: «Y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina»; «Y los demás acomodádose como menos mal pudieron, don Quijote se salió fuera».


24. Pronombres relativos.

24.1. Se ha insistido mucho en el uso frecuente de relativos sin preposición, en casos en que era necesaria. Sin embargo, es un uso general en el español coloquial, no es raro en otros escritores del Siglo de Oro y tampoco es raro en otras lenguas románicas (el fenómeno también ocurre en francés, por ejemplo). En el caso de preposiciones con relativos, en el Siglo de Oro, y también en el Quijote, puede suceder: a) La preposición se desplaza y se antepone al antecedente del relativo: «Era cosa de ver con la presteza que los acometía» en lugar de ‘era cosa de ver la presteza con la que…’. b) La preposición puede repetirse antes y seguir también antepuesta al relativo a veces: «para darte a entender, Panza, en el error en que estás». c) Ausencia de preposición: «era un castillo… con todos aquellos adherentes [‘con’] que semejantes castillos se pintan»; «Vino a dar el más estraño pensamiento [‘en’] que jamás dio loco en el mundo»; «Unos vamos vestidos con los mismos vestidos [‘con’] que representamos».

24.2. El relativo que seguido del posesivo su se emplea en lugar de cuyo: «Hablo de las letras humanas, que es su fin (‘cuyo fin’)…»; «Abrasó a Clavileño, que con sus abrasadas cenizas» (‘con cuyas’)».

25. Cuestiones verbales.

25.1. Tiempos. En una obra como el Quijote el empleo de ciertos tiempos obedece a unas reglas gramaticales distintas de las actuales, por un lado y, por otro, a cuestiones estilísticas. Sin embargo, en general su uso no plantea dificultades insalvables al lector actual. Por ello solo destacamos algunas diferencias interesantes:

25.1.1. El presente de subjuntivo (tipo ame, coma) se usa en vez del indicativo actual, probablemente como resto de la organización de los modos en la Edad Media: a) En oraciones de tipo exclamativo para afirmar con fuerza, donde hoy se usa el futuro de indicativo o el condicional: «¡Voto a tal… que con esta silla os rompa (‘romperé’, ‘rompería’) y abra (‘abriré’, ‘abriría’) la cabeza!». b) En oraciones subordinadas dependientes de verbos de sentido, mandato o ruego, en ocasiones donde hoy se esperaría el indicativo: «Yo no sabré deciros qué gente sea (‘es’) esta; solo sé que muestra ser muy principal»; «¿Sabéis vos quién sea (‘es’) el dueño destas prendas?».

25.1.2. Imperfecto de subjuntivo (tipo amase, comiese): a) Funciona como futuro del pasado en numerosas oraciones subordinadas de complemento directo dependientes de verbos de entendimiento, sentido o lengua, en finales o temporales: «…y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase». b) También aparece en interrogativas indirectas, hoy raro: «y morían por saber qué hombre fuese aquel». c) En concesivas, consecutivas, y comparativas tipo como si, etc. predominan los valores modales: «Él movía la plática, aunque la trujese por los cabellos»; «Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia». d) En las condicionales aparece en la prótasis, en la estructura con si «si amase», referida al pasado, en competencia con amara. No aparece en la apódosis (la parte de la oración donde no aparece si). En conjunto, se nota que compite con la forma amara, pero esta tiene más funciones y vitalidad.

25.1.3. Imperfecto de subjuntivo (tipo amara, comiera). Es una forma polifuncional: a) Todavía conserva en muchos casos los valores del pluscuamperfecto de subjuntivo (‘hubiera hecho’). b) Compite con amase en casi todos los casos. c) Algunas veces conserva el valor de pluscuamperfecto de indicativo (‘había hecho’). d) Alterna con –ría en varias ocasiones: «Me vengara yo si pudiera» (‘Me habría/hubiera vengado/me vengaría, si hubiera podido’). e) También compite con amare muchas veces.

25.1.4. Futuro imperfecto (tipo amare). Es elevada la frecuencia del futuro imperfecto de subjuntivo en –re. No se trata solo de un arcaísmo para caracterizar al protagonista, sino de un uso con mucha vitalidad en la pluma de Cervantes, quizá porque se trata de un arcaísmo jurídico y de los textos históricos que ennoblece el estilo. Se emplea a menudo en los siguientes casos: a) En oraciones de relativo generalizadoras hacia el futuro: «aquello que te pareciere»; «vos, o la persona que vuestro poder hubiere»; «la impresión que hiciere»(con cualquiera, quienquiera suele aparecer el presente de subjuntivo, «quienquiera que sea», por ejemplo, aunque también el futuro imperfecto); «no tiene cosa digna de notar que no corresponda…». b) En las temporales o modales de posterioridad (cuando, cada que, en cuanto, mientras, pues que, como…) con tiempos presentes o futuros. Compite desde el siglo xiii con el presente de subjuntivo o, incluso, el futuro de indicativo. En las modales predomina el futuro de subjuntivo: «cuando vieres que en alguna batalla»; «cuando faltare ínsula» (concesiva); «cuando se fuere a la corte». c) En estructuras condicionales puede perfectamente sustituir al presente en la prótasis, con sentido de eventualidad. No alterna normalmente con las formas en –se, que funcionan como futuro del pasado. Alterna con –ra. A pesar de haber retrocedido desde la Edad Media, todavía hay bastantes ejemplos de este uso en el Quijote: «si tratáredes…, acudid», «si tratáredes…, yo os diré…».

25.1.5. Gerundio. Hay que destacar la frecuencia de la construcción en + gerundio, con valor temporal, equivalente a en cuanto + el verbo: «en acabando, dijo…», «en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos» (‘en cuanto acabaron, en cuanto se sosegaron’). La temporalidad inmediata tras la que tiene lugar la acción de la oración principal se refleja más drásticamente en un tipo de pleonasmo que abunda en Cervantes: «en trayendo que le trujese», «hallando que halle», repetición que significa ‘inmediatamente que le trajese’, ‘inmediatamente que halle’.

25.2. Observaciones sobre algunos verbos concretos.

aSer se usa con verbos intransitivos para formar los tiempos compuestos, en lugar de haber: «Dos días eran ya pasados» (‘habían pasado’); «es ido» (‘ha ido’); «era encaminado» (‘se había encaminado’). Es un rasgo medieval, que perdura antes de consolidarse el uso de haber como auxiliar de los tiempos compuestos en todos los verbos.

bSer y estar siguen compitiendo, pero con una distribución diferente de la actual. No debe chocar, por tanto, encontrar estar o ser en construcciones en las que ahora no aparecen: «son llenas de hilos», «son anejas a», «son por aquí»; «era inclinado», «era muy contento», «había sido en su mano».

cTener parece desempeñar funciones casi auxiliares en construcciones resultativas. Sin embargo, no es un auténtico auxiliar, porque el participio en estas construcciones concierta con el complemento directo, y en los tiempos compuestos en los que entra haber, el participio ya es invariable: «me tiene prometido»; «tiene por averiguado que»; «me tiene usurpado mi reino»; «me tiene aparejada el diablo alguna zancadilla»; «os tiene determinados el cielo»; «la lanza, que tenía arrimada a un árbol…»; «tenía atadas las manos».

d) El verbo haber se emplea todavía con sentido pleno, no como auxiliar, y compite en algunos casos con tener: «no lo has (‘tienes’) por pesadumbre»; «la habían (‘tenían’) tanta lástima».

ehaber como impersonal para expresar tiempo se usa en lugar de hace, hacía: «¿qué tanto ha, Sancho, que os la prometí?»; «ha que os conozco»; «Tengo más ha de veinte años carta»; «Había muchos años que reposaba»; «Había poco»; «No ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…».

f) Algunos verbos tienen un régimen sintáctico diferente del actual. Así sucede con llover, usado como transitivo y no como impersonal en varias ocasiones: «[Los galeotes] empezaron desde lejos a llover piedras». Caber se usa no sólo como intransitivo, sino también como transitivo: «un corcho que podía caber [‘contener’] una azumbre».

25.3. Pasiva. La pasiva con ser («la verdad que por parte vuestra nos es pedida»; «la historia es acabada») parece que es menos frecuente que la pasiva refleja con se, como en otras obras del siglo xvii: «Se haga para ello otra caja»; «Lo que se dirá en el siguiente capítulo». El agente de la pasiva se expresa con frecuencia con la preposición de: «Fue informada de Sancho»; «Fue acabada de famoso caballero»; «Fue bien recibido de Camila».

26. Preposiciones

26.1. Algunas frases del Siglo de Oro nos producen extrañeza porque el régimen preposicional de ciertos verbos, adjetivos o sustantivos era diferente del actual. Es imposible señalar todas las diferencias. Para ello disponemos ahora del Diccionario de construcción y régimen de Rufino José Cuervo. Por ejemplo, hoy usamos resolverse a, pero en el Quijote aparece se resolvió en, se resolvió de; ofrecerse de/a; venir al/en pensamiento.

26.2. Especial es el caso de la preposición de. En primer lugar, se utiliza en numerosas construcciones partitivas y en numerosas frases hechas, en las que hoy no aparece: «Partiesen con él de sus haberes», «hacer de señas» (en cambio, como ahora, «dar de puñadas»), «haciendo de la desmayada», «tienes de amor», «estas no son de las cosas cuya averiguación», «tienen más de espíritu que de primor», «fue de pesadumbre para Sancho», «se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones». A veces la diferencia estriba en que el verbo no se sirve de régimen preposicional como ahora: «cubrióse un herreruelo» (en vez de ‘se cubrió con/de un herreruelo’). En algunos casos, la construcción nos resulta lejana; en otros, vemos cómo es relativamente aceptable en la actualidad.

26.3. Es muy frecuente en el Quijote que aparezca un infinitivo con preposición de, en contra de la norma actual: esperar de, prometer de. Tampoco es extraño que se extienda el uso a las construcciones con la conjunción que. Por ello produce la sensación de de queísmo (empleo de la preposición de en construcciones en las que no debía aparecer). Sin embargo, no es algo particular del Quijote, sino régimen normal de muchos escritores del Siglo de Oro, como sucede ahora en varias zonas dialectales.

26.4. La preposición a se utiliza a menudo para marcar ‘el lugar por donde’, uso medieval que ha ido desapareciendo poco a poco, pero normal en el Siglo de Oro: «vivía a las tendillas» (‘por las tendillas, por la zona de…’). La preposición en se usaba a menudo con verbos de movimiento: salir en, subir en.


NOTA BIBLIOGRÁFICA

La lengua de Cervantes ha sido utilizada durante mucho tiempo como ejemplo de corrección idiomática. Por ello, en muchos gramáticos del siglo xx los textos cervantinos se analizan o sirven para ilustrar ciertas construcciones. Así puede comprobarse en A. Bello, Gramática de la lengua castellana con las notas de Rufino José Cuervo, ed. crítica de R. Trujillo, Cabildo Insular de Tenerife, 1981, por ejemplo, o en las ediciones de la Gramática de la Real Academia Española. Por otro lado, y paradójicamente, al aceptar durante años una supuesta norma cervantina como modelo, muchos comentaristas sin formación filológica moderna, aunque con conocimientos eruditos sobrados, han propuesto corregir bastantes pasajes de Cervantes que consideraban o erróneos o con erratas. En muchos casos nos demuestran, sencillamente, que no se habían planteado el problema de la norma y los usos lingüísticos escritos en el siglo xvi, pero incluyen notas útiles, como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, comentado por Diego Clemencín, Madrid, D.E. Aguado, 1833-1839, 6 vols., o El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, primera edición crítica con variantes, notas… (sin el diccionario prometido) por Clemente Cortejón, continuada por Juan Givanel y Mas y Juan Suñé Benages, Victoriano Suárez, Madrid, 1905-1913, 6 vols., o el El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, nueva edición crítica con el comento refundido y mejorado y más de mil notas nuevas, por Francisco Rodríguez Marín, Ediciones Atlas, Madrid, 1947-1949, 10 vols.

A los primeros años de nuestro siglo pertenecen las obras generales más ambiciosas que tratan la lengua cervantina: J. Cejador y Frauca, La lengua de Cervantes. Gramática y diccionario de la lengua castellana en «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», Ratés, Madrid, 1905-1906, 2 vols., es un estudio general, positivo y descriptivo de la lengua de Cervantes. L. Weigert, Untersuchungen zur spanischen Syntax auf Grund der Werke des Cervantes, Mayer & Müller, Berlín, 1907 (reimpr. G. Olms, Hildesheim-Nueva York, 1973), escribe un estudio de gramática tradicional, en la línea de la escuela germánica de filología románica, con datos e importantes observaciones. Como cierre de este primer momento se encuentra el copioso trabajo general sobre la lengua del Siglo de Oro, todavía hoy imprescindible, que ayuda a situar los rasgos cervantinos entre los de sus contemporáneos: Hayward Keniston, The Syntax of Castilian Prose. The Sixteenth Century, The University of Chicago Press, Chicago, 1937. Dentro de este apartado de obras generales, aunque ya contemporáneas nuestras, deben citarse también otras tres útiles e importantes para la lengua cervantina: en primer lugar, el trabajo de Carlos Fernández Gómez Vocabulario de Cervantes, Real Academia Española, Madrid, 1962, obra de información útil, aunque poco fina desde la perspectiva lexicográfica. En segundo lugar, desde la perspectiva estilística es destacable el texto de Helmut Hatzfeld, romanista ilustre, El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, Aguirre, Madrid, 1949 (2.ª ed. refundida y aumentada, CSIC, Madrid, 1966; 3.ª ed., 1972) muy obsesionado con demostrar la pertenencia de Cervantes al barroquismo contrarreformista. Finalmente, Ángel Rosenblat, filólogo de indiscutible preparación y mérito, analiza detalladamente en La lengua del «Quijote», Gredos, Madrid, 1971, en un texto rico en datos y enfoques, muchos aspectos de la lengua cervantina comentados por otros autores, para reivindicar con argumentos sólidos la manera de escribir de Cervantes. En algunos casos demuestra que ciertos errores atribuidos a Cervantes son construcciones de su tiempo. Sin embargo, este autor tiene tendencia a no considerar la posibilidad de errores o faltas, aunque es evidente que en muchos pasajes cervantinos considerados ‘viciosos’ han intervenido las manos de los impresores y correctores. A pesar de todo, este trabajo y el de Weigert son los que estudian la lengua de Cervantes con mayor profundidad.

Los estudios contemporáneos sobre la lengua de Cervantes también se han diversificado. Además de los estudios de conjunto ya mencionados, disponemos de diferentes trabajos, útiles en sus campos concretos y parciales. Sobre el sentido de los errores lingüísticos de los personajes, contamos con el trabajo clásico de Amado Alonso «Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho Panza», Nueva Revista de Filología Hispánica, II (1948), pp. 1-20. El trabajo de Leo Spitzer «Perspectivismo lingüístico en el Quijote», en Lingüística e historia literaria, Gredos, Madrid, 1955, pp. 161-225, pone de relieve un aspecto fundamental del lenguaje de Cervantes. Edward C. Riley, «Anticipaciones en el Quijote del estilo indirecto libre», Actas del IV Congreso Internacional de Hispanistas, Universidad de Salamanca, 1982, II, pp. 471 ss., llama la atención sobre una cuestión que muchas veces se ha comentado a propósito del Quijote. Puede verse también Mario García-Page, «Tipología del hipérbaton en Cervantes», Recherches en linguistique hispanique. Actes du colloque d’Aix-en-Provence (20 et 21 mars 1992), ed. Jeanine Stolidi, Publications de l’Université de Provence, 1994, pp. 269-279.

La conciencia lingüística cervantina se ha estudiado en diferentes ocasiones: A. Carballo Picazo, «Cervantes, Avellaneda y los artículos», Studia Philologica. Homenaje a Dámaso Alonso, Gredos, Madrid, 1960, I, pp. 281-293; J.J. de Bustos Tovar, «La lengua clásica y Cervantes», Actas del VII Coloquio Cervantino Internacional. Guanajuato en la geografía del «Quijote», Guanajuato, México, 1995, II, pp. 15-52; Elvezio Canonica, «La consciencia de la comunicación interlingüística en las obras dramáticas y narrativas de Cervantes», Cervantes: Estudios en la víspera de su centenario, Reichenberger, Kassel, 1994, pp. 19-42.

Varios autores comentan capítulos de Cervantes para explicar la estructura y la organización general: Manuel Durán, La ambigüedad en el «Quijote», Universidad Veracruzana, Xalapa, 1960; Knud Togeby, La estructura del «Quijote», traducción, estudio preliminar y notas de A. Rodríguez Almodóvar, Universidad de Sevilla, 1977; Américo Castro, «La palabra escrita y el Quijote», en Homenaje a Cervantes, Cuadernos de Ínsula, Madrid, 1947, pp. 9-44; Frida Weber de Kurlat, «El arte cervantino en el capítulo XXI de la Primera parte del Quijote», Studia Hispanica in Honorem Rafael Lapesa, Gredos, Madrid, 1972, I, pp. 571-586; Rafael Lapesa, «Comentario al capítulo 5 de la Segunda parte del Quijote», en De Berceo a Jorge Guillén, Gredos, Madrid, 1997, pp. 174-190; y Marcel Bataillon, «Espigando en Cervantes», Varia lección de clásicos españoles, Gredos, Madrid, 1964.

Desde el punto de vista estrictamente gramatical, algunas pequeñas aportaciones en John J. Allen, «The evolution of ‘puesto que’ in Cervantes prose», Hispania, XLV (1962), pp. 90-93; George G. Brownell, «The position of the Attributive Adjective in Don Quijote», Revue Hispanique, XIX (1908), pp. 20-50.

La retórica cervantina ha merecido muchos estudios últimamente. Destacamos algunos trabajos de L. López Grijera (que insiste en la influencia de la retórica de Hermógenes en Cervantes), «Introducción a una lectura retórica de Cervantes: El Quijote a la luz de Hermógenes (II)», Salina, VI (1991), pp. 37-40, y su libro La retórica en la España del Siglo de Oro, Universidad de Salamanca, 1994; Alberto Blecua, «Cervantes y la retórica (Persiles, III, 17)», en Lecciones cervantinas, ed. Aurora Egido, Caja de Ahorros de Zaragoza, Zaragoza, 1985, pp. 131-147; Elena Artaza, «La narración placentera (iucunda o suavis). El carácter agradable de la narración en el relato de Periandro del Persiles cervantino»en el ‘Ars narrandi’ en el siglo xvi español, Universidad de Deusto, Bilbao, 1989, y el artículo de Guillermo Serés «Uso o abuso cervantino de algunas fórmulas retóricas (Quijote, II, 55)», en prensa en la Nueva Revista de Filología Hispánica, que contiene todas las referencias bibliográficas fundamentales.

Con el desarrollo de la filología románica aparecieron muchos manuales en los que al tratar el Siglo de Oro se incidía también inevitablemente en algunos aspectos de la lengua cervantina. Así, hemos de recordar la utilidad y el interés para muchas cuestiones gramaticales, fonéticas y sintácticas de las gramáticas históricas de F. Hanssen, Gramática histórica de la lengua castellana, Ateneo, Buenos Aires, 1945; Ramón Menéndez Pidal, Manual de gramática histórica española, Espasa Calpe, Madrid, 195810; y Ralph Penny, Gramática histórica del español, edición de José Ignacio Pérez Pascual, Ariel, Barcelona, 1993. El texto de Pierre Dupont La langue du Siècle d’Or, París, 19903, encierra aspectos generales muy útiles. Para los cultismos fonéticos véase Gloria Clavería Nadal, El latinismo en español, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1991. Resultan también interesantes las historias de la lengua, puesto que explican fenómenos lingüísticos generales que afectan al texto cervantino: Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1980, y Rafael Cano Aguilar, El español a través de los tiempos, Arco/Libros, Madrid, 1988. Desde la perspectiva de la historia de la lengua también encierra alguna utilidad la visión de M. García Blanco, «San Juan de la Cruz y el lenguaje del siglo xvi», en La lengua española en la época de Carlos V y otras cuestiones de lingüística y filología, Escelicer, Madrid, 1967, pp. 45-68. Realmente interesante dentro de la historia de la lengua es la concepción de la lengua cervantina que tiene Ramón Menéndez Pidal, Historia de España, vol. XXVI: El Siglo del «Quijote» (1580-1680), Espasa-Calpe, Madrid, 1986. Antonio Alatorre, en Los 1001 años de la lengua española, Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1989, parece inclinarse por un Cervantes genial, pero de formación lega, como responsable de ciertos rasgos estilísticos o lingüísticos. En este apartado también entran las historias generales de la morfología, Manuel Alvar y B. Pottier, Morfología histórica del español, Gredos, Madrid, 1983; H. Urrutia y M. Álvarez, Esquema de morfosintaxis histórica del español, Universidad de Deusto, Bilbao, 1983, o el trabajo de Ralph Eberenz «Castellano antiguo y español moderno. Reflexiones sobre la periodización en la historia de la lengua», Revista de Filología Española, XXXI (1991), pp. 76-106.

Hay muchos estudios que informan sobre características generales o particulares de algunos autores del Siglo de Oro. Ayudan a construir el cañamazo sobre el que se pueden proyectar las observaciones de interés acerca de la lengua cervantina. No pueden citarse todos: en realidad, en la mayoría de las ediciones de textos del Siglo de Oro aparecen interesantes reflexiones sobre la lengua cervantina. Sin embargo, resultan especialmente dignos de interés para nuestro propósito M.ª P. Garcés, «Observaciones sobre construcciones características de la lengua española en las gramáticas renacentistas», Actas do XIX Congreso Internacional de Lingüística e Filoloxía Románicas, publicadas por R. Lorenzo, Fundación Pedro Barrié de la Maza, Conde de Fenosa, La Coruña, 1992, V, pp. 407-420; M.L. García-Macho y J.A. Pascual, «Sobre la lengua de Santa Teresa: El valor de sus elecciones gráficas evitadas por Fray Luis», Mélanges de la Casa de Velázquez, XXVI (1990), pp. 129-140; Eulalia Hernández Sánchez, Contribución al estudio de la lengua del siglo xvi: G. Pérez de Hita y A. Fernández de Avellaneda, Secretariado de Publicaciones, Murcia, 1984; V. García de la Concha, El arte literario de Santa Teresa, Barcelona, Ariel, 1978; E. Moreno Báez, «El manierismo de Pérez de Hita», en Homenaje al profesor E. Alarcos García, Facultad de Filosofía y Letras, Valladolid, 1965, II, pp. 353-367; Jerónimo de Arbolanche, Las Abidas, edición, estudio, vocabulario y notas de F. González Ollé, CSIC, Madrid, 1969, 2 vols., y Sebastián de Horozco, Representaciones, edición de F. González Ollé, Castalia, Madrid, 1979.

No podemos citar todas las gramáticas actuales, como sería necesario. Para la gramática del Siglo de Oro, es de utilidad la consulta de E. Alarcos García, «La doctrina gramatical de Correas», en Homenaje al profesor E. Alarcos García, Facultad de Filosofía y Letras, Valladolid, 1965, I, pp. 81-167; F. González Ollé, «Enclisis pronominal en el participio de las perífrasis verbales», Revista de Filología Española, LXIII (1983), pp. 1-32; E. Montero Cartelle, «La trayectoria y el origen del pleonasmo en la expresión concesiva del castellano medieval y clásico», en Homenaxe ó Profesor Constantino García, ed. por M. Brea y F. Fernández, Universidad de Santiago de Compostela, 1990, I, pp. 321-336; M.ª M. Olivares Vaquero, «Contribution à l’étude de la répetition»Homenaxe ó Profesor Constantino García, I, pp. 337-345; E. Ridruejo, «El infinitivo en interrogativas indirectas», Actas do XIX Congreso Internacional de Lingüística e Filoloxía Románicas, publicadas por R. Lorenzo, Fundación Pedro Barrié de la Maza, Conde de Fenosa, La Coruña, 1992, V, pp. 509-521; Félix Sepúlveda Barrios, La voz pasiva en el español del siglo xvii, Gredos, Madrid, 1988; Rolf Eberenz, «Sea como fuere. En torno a la historia del futuro de subjuntivo español», en I. Bosque, ed.Indicativo y subjuntivo, Taurus, Madrid, 1990, pp. 383-409; R. Eberenz, «Las conjunciones temporales del español. Esbozo del sistema actual y de la trayectoria histórica de la norma peninsular», Boletín de la Real Academia Española, LXII (1983), pp. 289-385; José Luis Rivarola, Las conjunciones concesivas en español medieval y clásico, Max Niemeyer Verlag, Tubinga, 1976.

A pesar de que contienen puntos de vista discutibles, son útiles los siguientes trabajos: Alexandre Veiga, Condicionales, concesivas y modo verbal en español, Universidad de Santiago de Compostela, Verba, anejo XXXIV (1991); Irene Andrés-Suárez, El verbo español, Gredos, Madrid, 1994 (contiene algún error de detalle, a veces); y, finalmente, R. Cano Aguilar, «Sobre la historia del subjuntivo español», en Actas del Congreso de la Sociedad Española de Lingüística. XX Aniversario, Gredos, Madrid, 1990, I, pp. 340-353.

En la preparación de la bibliografía y en la corrección de pruebas debo agradecer la amable ayuda de Carlos Sánchez.