La Presente Edición. Notas al Pie, Apéndices e Ilustraciones

La Presente Edición. Notas al Pie, Apéndices e Ilustraciones

El otro elemento fundamental de la presente edición, solo por debajo del texto crítico, son las notas a pie de página. Como en los demás volúmenes de biblioteca clásica, en ellas se ha procurado explicar «de modo claro y sucinto la materia, palabra o alusión que en cada caso las motiva, con el desarrollo justo para no hurtar ningún elemento a la comprensión del texto, pero sin pormenores que entorpezcan la fluidez de la lectura». Por cuanto atañe al sentido literal, la anotación quisiera ser tan completa y regular como lo permiten la extensión y las condiciones materiales del proyecto: completa, en la medida de cuando menos rozar todos los asuntos que puedan provocar dudas o malas interpretaciones en el lector de hoy y todos los que enriquezcan abiertamente su diálogo con la obra; regular, porque el propósito ha sido concederles a todos un tratamiento y una atención equiparables, en proporción a su importancia, sin primar los de un determinado tipo.

Nuestro destinatario ideal habla el español como lengua materna y no ha estudiado filología ni historia en la universidad, aunque sí tiene la suficiente curiosidad y gusto por la literatura para emprender y (no nos engañemos dándolo por supuesto) continuar hasta el final una lectura atenta del Quijote. Pensar en semejante destinatario nos ha animado, insistimos, a marcar el énfasis de la anotación en el sentido literal, que por otro lado constituye el obligado común denominador de cualquier acercamiento a un texto literario (véase arriba, p. XIV), en el empeño de superar la multitud de obstáculos, inmediatamente reconocibles como tales o, peor, disimulados por una falsa transparencia —desde el mismo título de 1605, desde la primera frase del relato—, que la lejanía del universo y del lenguaje de la novela opone a un entendimiento suficiente del Quijote: obstáculos de morfología, sintaxis y vocabulario, de conceptos y realia, de presuposiciones literarias e intelectuales…

Hemos intentado acompañar al lector hacia el mundo perdido de palabras, frases hechas, costumbres, instituciones y saberes que eran normales a principios del Seiscientos y ya no lo son en el siglo que acaba, buscando formular las notas en los términos más llanos, inteligibles y próximos a los conocimientos y experiencias de nuestros días. Así, por ejemplo, solo por rara excepción hemos seguido el uso todavía demasiado frecuente de pretender declarar un vocablo copiando por las buenas la definición de un lexicógrafo antiguo, no ya porque su testimonio no siempre es fiable (el gran Covarrubias cede en exceso a la tentación etimologista, el primer diccionario académico a menudo improvisa alegremente), sino porque fácilmente crea al inexperto más engorros de los que le resuelve. (¿Cuántos son los capaces de reconocer, pongamos, la hojuela que el Tesoro describe como «fruta de sartén hecha de masa estendida muy delgada»? A nosotros, y perdónese la deliberada nimiedad del ejemplo, nos ha parecido más útil relacionarla con otras variedades de la tortita o crêpe y apuntar sumariamente cómo se preparaba…) Hemos rehuido asimismo los tecnicismos, y cuando alguno resultaba ineludible o cómodo suele ir relegado a la segunda parte de la nota, donde ya se trata menos de solventar un problema que de glosarlo. Los problemas textuales hemos querido solo insinuarlos mediante cuatro o cinco docenas de notas que ilustraran algunas de sus modalidades, pero a menudo nos servimos del signo [*] para remitir al lector interesado a las entradas del aparato crítico. Al habérnoslas con citas, tópicos o motivos tradicionales, muchas veces nos contentamos con señalar su carácter de tales, y en su caso bosquejar una rápida contextualización, presumiendo que al «ingenio lego» le basta con advertir que no se halla ante ninguna ocurrencia singular de Cervantes, en tanto el experto buscará las referencias oportunas en la nota complementaria. Hemos sido sumamente parcos en comentarios estilísticos o de crítica literaria, acogidos mayormente para hacernos eco de opiniones bien consolidadas y tener ocasión de aducir en su lugar la bibliografía pertinente; y, desde luego, nos hemos esforzado por evitar que una interpretación en ese orden de cosas, ya fuera propia o ajena, encauzara rígidamente la lectura por una determinada senda o anticipara datos que el autor reservaba para más adelante.

En principio, nuestro criterio ha sido apostillar todos los puntos, sea cual fuere su índole, anotados a su vez en las más valiosas ediciones del mismo tipo manual de la nuestra (en concreto, las debidas a Mendizábal, Onís, Millares, Riquer, Cortázar-Lerner, Alcina Franch, Murillo, Avalle-Arce y Allen), juzgando que en ellas se encuentran un buen índice de los asuntos que por su dificultad o interés convenía aclarar al lector y, a la par, un adecuado repertorio de las cuestiones que más nítidamente dibujan el legado del cervantismo. No obstante, puesto que a la postre hemos descartado algunos de esos escolios, que por una o por otra razón se nos antojaban inequívocamente superfluos, no podemos decir que anotamos todos los extremos tocados en cada una de las ediciones mentadas, pero sí, creemos, los que todas coinciden en anotar.

En modo alguno significa ello que nos limitemos a esos puntos y excluyamos otros, ni mucho menos que aceptemos ni repitamos las soluciones de nuestros predecesores. Por el contrario, hemos tomado en cuenta todas las aportaciones relevantes que nos han sido accesibles, vinieran de donde vinieran (en particular si nos las han señalado los autores de las Lecturas del «Quijote» y de la revisión de los capítulos correspondientes), y confiamos en haberles añadido un número no despreciable de novedades.

Como quiera que sea, hemos aspirado a compensar el inevitable (y aun así insuficiente) acopio de notas redactándolas con la máxima concisión que sabíamos y procurando que no desviaran la atención del texto mismo sino en el menor grado posible, de manera que el lector pudiera pasar del texto a la nota y volver inmediatamente al texto sin perder (o sin perder apenas) el hilo. A idéntico criterio, y también según las normas de biblioteca clásica, obedecen la posición en que se sitúan las llamadas a las notas y la presencia o ausencia de lema (generalmente en cursiva y seguido por dos puntos) al comienzo de las notas propiamente dichas, cuando se trata de dar (entre ‘comillas simples’, para que no se confunda con las indicaciones contiguas) la equivalencia moderna de una palabra o frase: si conviene introducir la llamada inmediatamente después, opinamos que lo más ágil es prescindir por entero de lema, mientras este se hace necesario cuando, según muy comúnmente resulta aconsejable, la llamada se retrasa hasta el final del segmento dentro del cual la voz o sintagma cobra plenitud de sentido.

Procuramos que el lector no tenga que volver a una glosa léxica hecha anteriormente, que preferimos resumir, sea en todos los casos en que el término aparece, si son pocos, sea con una cierta regularidad, cuando es frecuente. Sin embargo, para favorecer comparaciones y consultas, tendemos a dar la referencia a la nota en cuestión o a la página del texto con la palabra glosada.

Los apéndices y las ilustraciones, por otro lado, se han concebido en estrecha relación con las notas al pie. Además de servir de cómoda sinopsis de la novela, el itinerario quijotesco ofrece una buena idea de los atolladeros a que aboca cualquier intento de fijar sobre el mapa o disponer en una exacta secuencia cronológica las andanzas del Caballero, y, por ahí, anula la necesidad de multiplicar en el calce de la página las observaciones al respecto. La caracterización global de la lengua del Quijote, el organigrama de la ‘España oficial’ y el resumen sobre medidas y monedas aportan la perspectiva imprescindible a la información compendiada en muchas acotaciones. En fin, la relevancia de los libros de caballerías en la historia de don Quijote se capta harto mejor en la selección de fragmentos preparada por Mari Carmen Marín Pina que dispersando en las notas los extractos y las citas parciales.

De la España de los Austrias hasta hace cuatro días, el mundo era tan angosto y comunal, que bastaba para llenarlo un pequeño número de seres y objetos que todos conocían hasta en sus más chicos pormenores. En los últimos decenios, la mayor parte de esos seres y objetos han sido desplazados o reemplazados, sin dejar apenas memoria, por otros extremadamente distintos. Martín de Riquer nos contaba una vez que él fue el primero en anotar al pie del Quijote la palabra bacía. Hoy, cada vez son menos quienes podrían identificar unas abarcas, una aceña o una alcancía, y no digamos una adarga o la ación de unos arreos. Se comprenderá, pues, que, para salvar didácticamente esa inmensa distancia, las ilustraciones que hemos incluido (en sección propia, con índice incorporado al de notas) tiendan preferentemente a hacer visibles algunos aspectos de la vida cotidiana del Siglo de Oro, esbozando una mínima arqueología de la cultura material de la época, y solo se propongan ser claras y estar rigurosamente documentadas. Para que los dibujantes manejaran los modelos apropiados, hemos recurrido a la colaboración sistemática o a la consulta ocasional de los mejores especialistas (véase arriba, p. XV, n. *) y utilizado una amplia bibliografía, parcialmente alegada en las notas ad hoc. Pero en ocasiones no cabía sino dar una muestra estadísticamente representativa de la realidad aludida por Cervantes, sin poder establecer la variante precisa que el escritor tenía en mente, y más de una vez no ha habido medio de averiguar ni siquiera de qué especie en concreto estaba hablando, y hemos renunciado a incluir ilustración alguna.